El escritor y profesor Fruela Fernández, en Palma. | Jaume Morey

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Si algo vertebra las tres novedades editoriales que protagoniza el profesor de la UIBy escritor Fruela Fernández es lo poético. Este mismo sábado presenta en la librería Món de Llibres de Manacor De Licthenberg a Kafka (Akal) a partir de las 12.00 horas junto a Jaume Claret. Se trata de una obra en la que Fernández ha traducido a una veintena de autores de la tradición alemana que cultivaron el género del aforismo, una rama a medio camino entre la filosofía, la poesía y la narrativa. No obstante, este es solo uno de los tres libros que Fernández ha lanzado recientemente y que completan su propio libro de poesía, Corrige los nombres, que edita Anagrama, y una traducción actual del Apocalipsis, también conocido como Revelación de Juan, que lanza con Wunderkammer. Un viaje desde lo efímero al fin del mundo embarcado en la poesía.

Empecemos por el final. El del mundo, concretamente. Fernández se interesó por esta temática en un instante de «preocupación o insatisfacción personal en el que empiezo a plantearme preguntas». Ante ello, su manera particular de afrontarlo fue «regresar a la literatura clásica». Así llegó al Apocalipsis, texto «muy actual» y del que quiso resaltar «su elemento poético, lingüístico». O dicho de otra manera: «Es la traducción de un poeta».

Trascendencia

Se trata, además, de un texto singularizado dentro del conjunto que es la Biblia, «un conjunto plural de libros en el que no todos tienen el mismo interés ni trascendencia». Por ello, el Apocalipsis aparece en su visión «anclado en el presente» y con un Fernández que no se queda «en el léxico religioso», sino que juega con los conceptos y significados como el de ángel, que «en origen significaba mensajero».

Es, pues, una traducción del griego, pero no literal, que está pensada desde una mente no religiosa, pero que puede leerse tanto desde la fe como desde la no fe, y en la que el interés personal del autor se centra en «los textos más que en los hechos».

Sobre la presencia de la temática apocalíptica en la actualidad, para Fernández es obvio que «resuena» hoy en día porque «en el texto se anuncia toda una serie de catástrofes que son el hambre, la enfermedad y la muerte, entendida a veces como guerra», cuya «llegada» vemos en «nuestro periodo histórico». No obstante, frente al elemento definitivo y catastrofista, Fernández quiere recordar «que existe la esperanza en el Apocalipsis y con eso nos podemos quedar».

Por otro lado, Corrige los nombres es elaboración propia por parte de Fernández creada en un contexto «de aislamiento en el que uno intenta plantearse el porqué y para qué vivir, qué horizonte vital busca uno». Por ello, describe la obra como «un libro de recogimiento, de depuración de preguntas e inquietudes y de volver a planteárselo todo».

Fue así que empezó a idear este texto que es poético porque «de la poesía me interesa su capacidad de crear estados emocionales, que te remueva, que te obligue a pensar y te haga sentir algo que no habías sentido antes». Es decir, que «te lleve a otro nivel de conciencia» porque «hay poemas a los que si te entregas son capaces de llevarnos a caminos totalmente distintos que ya son respuestas en sí mismas».

Significados

El título proviene de una idea que Confucio trabaja en las Analectas, donde explora que «toda acción moral y política debería pasar por la corrección del sentido de los nombres», lo que a veces implica el retornar un significado que puede haberse perdido o diluido. Todo ello «tiene que ver con el proceso de depuración de que si en tu vida hay cosas que no tienen sentido, tal vez es porque nombras de manera equivocada».

Frente a ello, Fernández opta por «crear un léxico propio» para «no vivir con el lenguaje de otros» como un remedio para «no aceptar las ansiedades de tu época solo porque te envuelvan y plantear si aquello por lo que se preguntan tu época es importante para ti» porque, de lo contrario, es probable que «vivamos con las palabras y necesidades de otros». En resumidas cuentas: «Estamos más pendientes de lo que hay a nuestro alrededor, aunque no nos interese y nos deje una sensación de vacío, que de mirarnos a nosotros mismos porque el malestar con el mundo es más fácil de llevar que el malestar con uno mismo».