Lorenzo Santamaría se despidió este viernes de los escenarios en una velada única en el Auditòrium de Palma. | Teresa Ayuga

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Con el estómago rebosando mariposas, Lorenzo Santamaría recorrió el camino que separa el backstage del borde del escenario. Llegó al son de una xeremía, a paso lento, en silencio, como si no tuviera nada que decir. Se asomó al mar de cabezas, abrió los brazos y se dejó agasajar antes de desflorar los hermosos versos de Coses de's camp y producir ese maravilloso efecto de encantamiento, que se prolongaría durante un par de horas, descanso incluido. Antes, un video de seis minutos repasó su trayectoria, pero… ¿cómo condensar medio siglo en un suspiro? Le acompañaban cinco músicos pero todos los aplausos fueron para él, culpable de que en el Auditòrium de Palma se respirara un clima tan familiar.

Su voz de 77 años carga con el peso del tiempo, pero sigue entera, clara. Y su complicidad con la sala tiene que ver con unas canciones, evangelios para muchos, que han puesto banda sonora a sus vidas. Entre el público apenas asomaban rostros jóvenes, la media bordeaba los sesenta años, se repartía entre aquellos que vivieron su debut en catalán (Entre cella i cella, 1987) y quienes compartieron sus éxitos iniciales (Para que no me olvides, 1975). El quinto tema, El dinoni dins jo, lo cantó junto a Tomeu Penya, y no sería la única sorpresa, se esperaba la presencia de Jaume Anglada, Jaume Sureda y otros nombres ilustres.

Lorenzo Santamaría y Tomeu Penya

Tras un primer bloque en catalán, dio paso a su repertorio en castellano. A medida que discurría el concierto se apreciaba como el público iba conectando con momentos cruciales de su vida. Pero, hurguemos un poco en esa estampa: Imagine a un millar de almas reunidas en una despedida, abducidas por la viñeta de un pasado que llevan marcado a fuego, como flotando en el líquido amniótico del recuerdo... Un recuerdo que Santamaría decanta sobre su repertorio tierno, cautivador y eterno; y al hacerlo le pone tanta pasión que parece temblarle el corazón en la garganta. Emocionante.

Sumergido en el espesor de su antología, con amago de voz rota por la emoción, el protagonista deslizó en su primer parlamento: «Massa emoció! Bé... estic content que esteu aquí, no m’esperava tanta gent». No fue su única intervención, se permitió algunas pausas para dialogar con el público, demostrando su buen manejo del escenario... Mientras, la banda de acompañamiento equilibraba el sonido, para que sobre sus melodías las palabras fluyeran y llegasen claras, nítidas, hasta el último rincón de un Auditòrium que le agradecía su entrega con largas salvas de aplausos. De esa guisa transcurría el show, al vuelo de la poesía ligera, la sabiduría sencilla y las palabras de amor de Santamaría, con las que arma un repertorio con pocas fisuras que interpreta con oficio.

Reinvención

Si algo definió a los años 70, punto de ignición en la carrera del artista, fue la reinvención, su impulso aventurero. El cambio de registro era el pan de cada día. Unos artistas se endurecieron, otros se suavizaron, como un Lorenzo Santamaría que abandonó el rock para adentrarse en los formalismos de la canción melódica. Un vasto campo, sobradamente abonado, en el que cosechó grandes éxitos y rompió corazones. Por eso su público, mayoritariamente femenino, se fue sin voz. Y más de una se dormirá pensando en aquél jovencito, hoy abuelo, de mirada felina.