Carme Castells dirige la Mallorca Literària desde 2008. | Pilar Pellicer

TW
2

Hasta ahora, su nombre iba siempre ligado a la Fundació Mallorca Literària, entidad que dirige desde 2008. Sin embargo, a partir de ahora, Carme Castells (Mancor de la Vall, 1976)) también lleva consigo el título de escritora, pues acaba de estrenarse como tal con el poemario Rastre de plata (Adia). Tras presentarlo en Drac Màgic, espera repetir en otros espacios de la Isla y, el 10 de noviembre, lo hará en Barcelona.

Tras años al frente de la Fundació ahora se estrena como autora. ¿Cómo se ha guardado todos estos poemas hasta ahora?
—He tenido la suerte de poder haberme dedicado siempre a la literatura. Estar al frente de la Fundacióme ha permitido seguir inmersa en la literatura y trabajar de manera creativa. Así que nunca he echado de menos a la literatura. Es cierto que la relación con la escritura viene de lejos. Desde el momento en el que me acerqué a la literatura como profesional desarrollé, de golpe, una autoexigencia muy bestia. Me lo he guardado muchos años, pero era porque no tenía la necesidad de compartirlo, seguramente por inseguridad y porque tenía otros espacios para canalizarlo. Estaba cómoda así.

¿Y qué ha cambiado?
—La voz poética y la escritura estaban ahí, pero supongo que llega un momento en el que lo quieres compartir, no porque sea menos exigente que antes, sino porque tengo la madurez para entender que mi palabra es la mía y la de nadie más, que no hace falta mirarse siempre en los espejos más altos, sino preguntarse por lo que puedo aportar. He intentado acercarme a la realidad a través de la palabra, pero siendo constructora de la realidad, no solo describirla. Por otra parte, lo escribí pensando que quería que fuera contado.

Este Rastre de plata es un viaje o una odisea para ser madre...
—Este libro trata sobre la lucha personal y la batalla que libran todas las mujeres del universo en toda la historia de la humanidad para ser madres. Hay quienes se enfrentan a batallas más ligeras, pero también las hay que se encuentran con todas las barreras posibles para ser madres y la literatura no habla de ello, a pesar de que no existiría la humanidad sin que las mujeres dieran a luz. Las mujeres de este mundo están marcadas por el patriarcado, que dictamina que la función esencial es la de procrear. Pero creo que nadie habla de cuando esto no es factible a nivel íntimo, psicológico y social. En este sentido, me interesaba trazar un camino. Por eso la estructura del libro es tan clara, básica y narrativa. Hay anécdota personal, pero también cuestiones generales, reflexiones, expresiones muy viscerales y otras más descriptivas. En algunos aspectos opté por ser muy explícita conscientemente.

¿A qué se refiere?
—La poesía es un refugio para decir sin decir, pero ya que había venido a romper un tabú, a hacer presente en la historia de la humanidad un relato de sombras, aquí no podía hacerlo.

Se dice cosas muy duras a sí misma: que es la madre de Frankenstein o Yerma de Lorca, como si fuera un monstruo...
—Hay una base de vivencias personales, pero se entremezclan con otras historias. El poemario está basado en hechos reales, pero no son necesariamente míos, aunque sí los he tocado de cerca. Y sí, son cosas duras determinadas por el patriarcado, que construye una identidad basada en la función que tienes que cumplir y, si no lo haces, es cuando se activan los mecanismos de autoodio y de violencia marcados. Todas las mujeres que no respondemos a unos cánones del patriarcado somos mujeres barbudas.

Dialoga cara a cara con el miedo.
—Hay una voz que nos boicotea a todos, que saca nuestra peor parte. Hay un enemigo que vive dentro de nosotros: el miedo. Nuestra autoestima está muy condicionada por él y por eso hay que enfrentarse a él.

¿Cuál es ese rastro de plata?
—Me sirve para representar ese trayecto difícil, lento, tortuoso y rastrero, como el de la serpiente, esa imagen mitológica tan potente que sirve para representar la mala mujer, el pecado original... Y, a la vez, la serpiente es una criatura resiliente, capaz de cambiar de piel. El rastro que va dejando es maloliente, pero con los años me he dado cuenta de que es como uno hilo de plata luminoso. Para mí era ese volver a las heridas para curarlas, sin avergonzarme de las cicatrices, sino reivindicándolas, porque son una muestra de superación y crecimiento.