La cineasta Marija Kavtaradze, este jueves en el Atlàntida Film Fest. | Teresa Ayuga

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La realizadora lituana Marija Kavtaradze (Vilna, 1991) presentó este jueves Slow en el Atlàntida Mallorca Film Fest. Su segunda película, que narra la compleja historia de amor entre una bailarina y un joven que se declara asexual, ganó el prestigioso Festival Sundance y opta al premio del público en Palma. Se trata de una coproducción lituana, sueca y española.

Slow es una historia de amor, que habla también de amistad, ternura y sexualidad.
—Todas esas cosas están en la película. Es una historia de amor y de la conexión de los personajes. Me costó mucho tiempo escribir el guion. Tuve momentos de duda en los que pensé que lo que estaba escribiendo no interesaría a nadie. Quería que tuviera sentido, que hablara de esperanza. No sabemos la razón de esa conexión, de la atracción. Es siempre mágico. En mi primera película, traté enfermedades mentales. Un amigo realizador me hizo ver que, en primera película, me ocupé de la mente y ahora, en la segunda, del cuerpo.

Más que asexual, puede que el protagonista masculino ofrezca otro tipo de sexualidad.
—Esa es una cuestión que me interesa. Al terminar el guion, dejé que algunos colegas de profesión lo leyeran. Algunos me preguntaron si la protagonista femenina era híper-sexual o ninfómana, algo que yo no había pensado en ningún momento. Empecé a pensar en lo que nos viene a la cabeza cuando decimos que una sexualidad es normal.

¿Qué papel tiene la danza para ella y el lenguaje de signos para él?
—Creo que es el momento en el que están haciendo algo en lo que son buenos y están seguros de ellos mismos. Es una forma de comunicarse que conocen bien. Ella se expresa con la danza, a veces, mejor que con las palabras. Son escenas en las que ellos son ellos mismos, más libres y abiertos

¿Qué deberíamos aprender de la filmografía báltica?
—Durante mucho tiempo, los mejores y más conocidos directores procedían del cine documental, con una escuela importante de autores documentales. Sufrimos la ocupación (soviética) y había cosas de las que no se podía hablar. En cierta manera, estuvieron obligados a ser poéticos.

¿Reconoce usted esa poesía y una cierta cadencia, propia de la tradición lituana, en la forma de narrar su película?
—Sí. Debo decir que mi generación nació al mismo tiempo que mi país. Yo nací al año de conseguir mi país su independencia. Mi generación tiene una gran influencia de América, porque estábamos muy pendientes de lo que venía de Occidente, no queríamos asociarnos a Rusia. Vivimos una mezcla de nuestra tradición con la cultura occidental y con la de otros países.

Le he escuchado decir que las fotografías de Nan Goldin son un referente estético de Slow.
—Al ver sus imágenes, vemos con seguridad que ella se sentía cerca de las personas retratadas. Es imposible conseguir ese nivel de intimidad sin conocer bien a los protagonistas. Yo quería conseguir la misma sensación con mi película, que los personajes se presentaran delante de la cámara de una forma vulnerable, como en las fotografías de Nan Goldin. Hay también semejanzas en los colores de sus fotos, en los cuerpos desnudos que aparecen y la textura de las pieles.

Slow es una película llena de diálogos donde los silencios son fundamentales.
—Me encantan los diálogos. Me gusta mucho escribirlos. Siempre tengo que reducirlos y cortar por todas partes. Tengo en cuenta lo que pasa en los ensayos. Sé que hay lugares en los que se necesita el silencio. Cuando filmo, pero también cuando monto, los momentos más bonitos son esos en los que sitúo las pausas. En esos silencios sucede lo más importante de las escenas: cuando se miran, cuando se tocan. En una historia de amor, los protagonistas no se enamoran cuando hablan, lo hacen en las pausas.

Algo parecido sucede con la música de la película: es importante, pero no aparece todo el rato.
—Me alegro que se perciba de esta manera. Era normal que hubiese bastante música porque forma parte del mundo de la bailarina. Cuando él traduce, las canciones son lituanas. En otros casos, son en inglés. Trabajamos con un gran compositor. La música ayuda a entender que es una historia de amor.

¿Cómo fue la experiencia de ganar en Sundance y tiene algo que ver ese festival con el Atlàntida?
—No pueden ser más opuestos. Ahí hay montañas y hace mucho frío, aquí hay mar y mucho calor. La experiencia de Sundance fue increíble. Tuvimos una excelente recepción de público. Los espectadores americanos son muy abiertos. En el Atlàntida, me gusta el ambiente. Es un evento, no sólo un festival, con conciertos y otras actividades.