El escritor Enrique Vila-Matas celebra el 50 aniversario de su debut literario con 'Mujer en el espejo contemplando el paisaje'. | Antonio Navarro Wijkmark

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En 1973, la editorial Tusquets lanzó Mujer en el espejo contemplando el paisaje, laberíntica novela de reflejos y rostros invertidos. Fue la carta de presentación de Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), un escritor definible por sí mismo, por un estilo tan propio que es, a la vez, tan reconocible como iniciático y privado para el lector. Este año se cumple medio siglo de aquel debut de un autor tan prolífico como galardonado y reconocido a quien, además, le une una estrecha relación con Mallorca a través de su mujer, Paula Massot, y de sus visitas a la Isla, de donde también se ha servido su imaginación para crear. Siempre con un pie en la realidad aparentemente más anodina y otro en la ficción desbordante en forma del océano literario que es, en última instancia, el estilo Vila-Matas: apacible en superficie, riquísimo en su profundidad.

Se cumplen 50 años de su debut literario, no obstante, ¿no obstante en qué momento se consideró usted escritor?

—Supongo que cuando escribí algo que vi que podía insertarse ya en un cierto orden poético. Aun no habiendo publicado nunca poesía, en época colegial escribí poemas. Si me animé a escribirlos fue porque me deslumbraron Luis Cernuda y César Vallejo. Pero en cuanto al momento en que me di cuenta de que era escritor es posible que se diera al cruzar la frontera entre una frase corriente y una con un cierto toque literario.

¿Cuál es su relación literaria y personal con Mallorca?

—Está fuera de duda que mi mujer, la queridísima Paula de Parma, mallorquina, me ha influido tan decisivamente en todo que hasta me ha salvado la vida. Son amplios, por otra parte, mis vínculos afectivos con personas maravillosas de la Isla. Vine por primera vez con mis padres, a los quince años. Nos hospedamos en el Hotel Alcina. Viajamos por toda la Isla y me fascinó la belleza del Hotel Formentor, hasta el punto de que lloré cuando supe que no íbamos a pernoctar allí.

¿Cómo de importante es el espacio físico dentro y fuera del libro?

—En mi casa de Barcelona es donde escribo, no lo hago fuera de ella. Pero mis libros tienen algo de viajes mentales, no existen en ellos fronteras del mismo modo que estas no existen en el pensamiento. De ahí que, cuando el año pasado terminé y entregué mi último libro, Montevideo (Seix Barral, 2022), pergeñado como todos en Barcelona, me diera cuenta de que era como si lo hubiera escrito entero desde París. Desde un París móvil quiero decir. Porque quizás fue esa movilidad de una ciudad extranjera la que me ayudó en Montevideo a desdibujar la noción de espacio-tiempo, tan habitual, demasiado, en las novelas que hemos leído.

Tras 50 años de escritura, ¿cómo se vislumbran aquellas primeras palabras sobre el papel en su debut?

—Para esta pregunta no hay respuesta satisfactoria. Es la eterna cuestión del Yo y su continuidad en el tiempo. ¿Qué cambia y qué permanece? En aquellas primeras palabras me proponía a mí mismo elegir ‘mi mejor aspecto para buscar las palabras que iban a llevarme al silencio’. Si todo ha cambiado o permanece igual no sabría decirlo, pero, al recordar esas primeras palabras, me llega la impresión de que están escritas como si supiera que, cinco años después, iba a descubrir a Blanchot, que decía que la obra era el movimiento que nos conducía al punto puro de la inspiración de la que proviene y que parece que no pueda alcanzar más que desapareciendo.

¿Es inevitable que el narrador que escribe el tiempo suficiente acabe escribiendo sobre el propio hecho de escribir?

—No. Seguro que es evitable. Pero yo mezclo desde siempre ensayo y ficción. Y no es extraño que ya muy pronto pensara en preguntarme qué diablos era eso de la literatura que parecía aspirar a ocupar gran tiempo de mi vida.

¿Cuántas veces se preguntado para qué seguir escribiendo'?

—Ahora que ya sé plenamente que es una pasión inútil, más ganas tengo de seguir escribiendo. Y es que me divierto como nunca. Por otra parte, la experiencia de escribir Montevideo ha llegado a conmocionarme. Hacia el final del libro, no quería acabarlo para no tener que entregarlo ya a la editorial. Escribiéndolo, me he sentido otro, como nunca. Sentí emociones y miedo mezclados con las risas. Y la inolvidable sensación de que estaba frente a la puerta que daba al famoso «punto puro de la inspiración».

¿Hay frontera entre realidad y ficción?

—En nuestro cerebro no existe esa frontera. Ya es sabido que lo que imaginamos también existe. En Montevideo, el narrador viaja a un hotel de esa ciudad para ver una extraña puerta de un cuento de Cortázar titulado La puerta condenada. Una puerta tras un armario sobre la que en 1954 la crítica Beatriz Sarlo había señalado que precisamente en esa puerta del relato se encontraba ‘el lugar exacto en el que irrumpía lo fantástico en el relato’. Al entender o imaginar que Sarlo sugería que ficción y realidad convivían perfectamente en ese ‘lugar exacto’ que podía encontrarse en la puerta 205 del Hotel Cervantes, de Montevideo, llevé a mi narrador a esa ciudad.

¿Qué importa para el hecho literario: lo que le ocurre al escritor o lo que hace con lo que le ocurre?

—Nada y todo. Depende de si el escritor tiene el talento para lograr que lo que escribe interese al lector. Para interesar ha de conseguir que lo que cuenta sea verosímil, es decir, que el lector lo crea.

Si partimos de que el mundo y la vida carecen de sentido, ¿es la literatura una fuente del mismo?

—Suele decirse que la literatura está llena de «visiones del mundo». Pero esto es un cliché. Yo, por ejemplo, no tengo ninguna, ’solo soy una sombra’, que decía Bergamín.

¿Qué es para usted la literatura de índole filosófico'?

—Es la que deja que el pensamiento acompañe a lo narrado. Me encanta leer a autores con una prosa inclasificable, a lo Nietzsche, o la prosa extraña del Discurso del Método, de Descartes, libro que para algunos fue la primera novela moderna, ya que en ella se narra la pasión de una idea. Mezcló ensayo y biografía de un modo insuperable.