La escritora Irene Solà (Malla, Osona, 1990). | Ignasi Roviró

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Con Canto jo i la muntanya balla (Anagrama, 2019), Irene Solà (Malla, Osona, 1990) se convirtió en un fenómeno literario por su originalidad a la hora de escarbar en la tradición oral desde la contemporaneidad. Con su nueva novela, Et vaig donar ulls i vas mirar les tenebres (Anagrama) ha recalado este jueves en la librería Rata Corner de Palma.

Et vaig donar ulls sigue la estela de Canto jo. ¿Es algo consciente o inconsciente?
—Con cada libro tengo una sensación diferente y en cada uno investigo cosas distintas. Lo que pasa es que, al final, la persona que está detrás de ellos, la que investiga y la que tiene ganas de explorar, de jugar y de contar historias soy yo. Por eso, no me extraña que la gente establezca esa conexión. Empecé esta novela cuando me di cuenta de que había contado todo lo que quería contar en Canto jo. Recuerdo que tenía que irme un mes de residencia a Estados Unidos cuando la estaba terminando y tenía la opción de seguir quitando o poniendo comas un mes más o irme y empezar otra novela. En Els dics ya había ese interés por el folklore, por la narrativa oral. Si bien en Canto jo hay un guiño a lo mágico, con las dones d’aigua, por ejemplo, la mayoría de personajes son de carne y hueso; mientras que Et vaig donar ulls parte de una premisa más centrada en el folklore, en la magia y en el pacto con el demonio.

Como en Canto jo, aquí todo tiene alma, incluso las tinieblas.
—Me interesaba mirar los hilos que se esconden tras el tapiz, explorar las ganas de entender por qué contamos las historias que contamos y luego trabajar la magia en la línea de nuestra contemporaneidad. Puede que el lugar con más magia se encuentre en la ficción, en la imaginación. Esta novela está llena de contrastes y dualidades. Podríamos decir que es una novela de espíritus o de fantasmas, que es una figura clásica de la memoria y el recuerdo, temas muy importantes en el libro. Son entes sin cuerpo, relacionados con el polvo, pero, a la vez, tenía la voluntad de escribir una novela muy corpórea, con mucha vitalidad. Es un libro muy interesado en la materialidad de las cosas, en los cuerpos de las mujeres, pero también en el de la oscuridad, que se puede tocar, del paisaje. Está lleno de descripciones de partos, de sexo, muerte, violencia y torturas, pero a la vez describe cómo se cocinan los alimentos o cómo preparar trampas para los lobos. Es una novela repleta de olores, hedores y texturas.

A las mujeres, las grandes protagonistas, les falta siempre algo: desde un trozo de corazón o el ano hasta la memoria o el amor hacia una madre.
—Una de las reflexiones que ofrece gira en torno a la subjetividad. Siempre digo que Joana hace un pacto con el demonio y cree entender las consecuencias, pero el demonio nunca se las dice. En este sentido, quería hablar de que todo depende de cómo mires al mundo y a ti mismo, de que siempre puedes echar en falta algo. ¿Qué es una suerte y qué es una condena? ¿Es una suerte o mala suerte no tener memoria? No tengo una respuesta, pero es interesante ver cómo transmitimos y heredamos creencias, y también cómo las construimos.

Y todas ellas son feas, de aspecto muy desagradable.
—Fíjate que eso es lo que nos dice Margarida. Ella es el personaje cuya mirada está más influenciada por el patriarcado y por el amor romántico. Se ha creído las premisas del mundo patriarcal y las quiere imponer, quiere ser la cronista del relato familiar, pero es una voz más del grupo. Lo que es cierto es que no están dentro del canon. Quería plantear reflexiones sobre quiénes son los protagonistas de las historias en mayúsculas y también en minúsculas, sobre quién ha decidido lo que vale la pena contar o no. Ellas no aparecen en la historia en mayúsculas, pero, en cambio, protagonizan muchas historias en mayúsculas. Por eso, en vez de ver mundo y luchar en guerras, se quedan en la masía, el lugar históricamente relegado a las mujeres.

Es un libro oscuro y luminoso.
—Así es. Plantea preguntas y rompe esquemas, quiere repensar si entiendes la oscuridad como un espacio terrorífico o no. De hecho, la oscuridad acaba siendo un espacio de libertad, de refugio y de posibilidades, incluso de placer y libre albedrío. El título surge de un reproche paternofilial, de Dios a Margarida: Te di los ojos, te di todo, pero tú hiciste lo que quisiste con el regalo de la vida, te desviaste.

Hasta el final, la novela parece ambientarse en tiempos inmemoriales, algo lógico porque hablamos de leyendas.
—Sí, el principio es relativamente inmemorial, es el barroco, con bandoleros y demás. Pero no es una novela histórica, sino que lo que quería era jugar con las historias y el paso del tiempo, al estilo de la bella durmiente que durmió una siesta de cien años. Y cada vez nos vamos acercando más al presente. Como dice Bernadeta, cada vez es más imposible esconderse en las Guilleries. Curiosamente, el mundo se hace más pequeño.

¿Cómo imagina las del futuro, ambientadas en estos 2000?
—No tengo ni idea de qué contaremos dentro de cien años. Lo que es seguro es que en todas las historias, también en las canciones, está nuestro ADN, pero no a nivel individual, sino colectivo. Y no es nada neutro, a pesar de que no conozcamos a su autor y sean antiguas. Están cargadas de faltas y virtudes, pero es interesante ver qué piedras cargamos en las mochilas. Et vaig donar ulls tiene voluntad de novela contemporánea, todo sucede durante un día, hoy mismo, y se refleja en los espejos históricos y folklóricos.