La escritora Antonia Canyelles (Palma, 1942). | Jaume Morey

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Antonina Canyelles (Palma, 1942) es una poeta que rehúye de las etiquetas, también de las capelletes de escritores. Sin embargo, eso no quiere decir que no agradezca tener lectores –que no son pocos– o que le organicen homenajes, aunque ella prefiere hablar de «pequeñas fiestas a una vieja». Margalida Pons orginzó este luenes una conversación entre Canyelles y sus alumnos de cuarto curso de Filologia Catalana de la UIB y este martes por la tarde Pilar Arnau, para la Obra Cultural Balear, ha preparado un recital con motivo del Dia Mundial de la Poesia. Será a las 19.00 horas en Can Alcover y contará con la participación de Àngels Cardona, Glòria Julià, Apol·lònia Serra y Laura Torres Bauzà, entre otras autoras. Después, habrá una actuación de Tallats de Lluna.

Le organizan homenajes, leen sus poemarios en la universidad, incluso le están haciendo un documental. Debe sentirse muy querida.
— Sí, mucho. También estoy muy agradecida por el cariño de quienes fueron mis alumnos en Pius XII y de la gente que me lee. Pero homenaje es una palabra muy fuerte y no soy quién para recibir ningún homenaje. En todo caso hacen una pequeña fiesta a una viejecita. Me queda poco, tal vez dos o tres años, pero no me quita el sueño. Cumpliré 81 el 15 de septiembre. Cada día vengo aquí [a la cafetería L’illa, al lado de Embat, su librería de cabecera] y hacemos un poco de tertulia con Glòria y Francesc [responsables de la citada librería].

Y hasta hace poco también con Antoni Serra.
— Sí, me ha afectado muchísimo su muerte. Con él quedábamos cada lunes. Hablábamos muchísimo y de todo: de literatura, de pintura, de música, del Congrés de Cultura Catalana... Fue un gran luchador en momentos muy difíciles y sufrió mucha censura. Siempre decía: ‘Con Franco luchábamos mejor’. Antes al menos sabíamos quién era el enemigo. Me da tantísima rabia, no tristeza, pensar que me tengo que morir. Disfruto mucho de la vida. Mi vida es sencilla, no viajo, pero leo mucho y casi cada día escribo. No me doy cuenta y ya me tengo que poner el pijama.

La han bautizado como poeta punki de las letras catalanas. ¿Le agrada ese calificativo?
— Para nada. De hecho, me molesta bastante. El punk es de los 70 y yo soy más moderna. En todo caso, por edad, pasaría más bien por rockera. Además, nunca me ha interesado ni la música punk ni la filosofía punk. Creo que todo viene de una entrevista nos hicieron a Laia Malo y a mí en el bar Cristal [fue en este periódico, para el Dia de la Poesia en 2015]. Las dos fumábamos y bebíamos una cerveza. Ella llevaba una cresta o el pelo de algún color llamativo y tal vez la gente empezó a decirlo a raíz de eso. Pero curiosamente ella no se ha quedado con ese apodo y yo sí. Me cabrea mucho la verdad, porque no me gustan las etiquetas.

¿Y le molesta que se refieran a usted como una poeta irreverente?
— Es una palabra muy antigua. Cuando era niña y entrabas a una iglesia con una camiseta sin mangas o con un pañuelo en la cabeza decían que era algo irreverente o pecado. Todo lo era, en esa época. Si quiero decir putes o cagarme en Dios, lo hago.

¿Ni siquiera poeta feminista?
— Antes de que se hablara de feminismo yo ya lo era; también mi madre o mis tías, hace cien años. Eran mujeres que regentaban negocios y conducían, eran independientes. Mi madre siempre me decía: ‘Te cases o no, tienes que ser económicamente independiente’. Y eso he hecho. Ahora bien, nunca iré a una manifestación ni llevaré ninguna bandera. Para mí ser feminista consiste en luchar para ser iguales. Tienes que hacer valer tus derechos cada día. Te diré más: tengo un jersey lila y nunca me lo pongo para que no piensen que lo llevo a propósito, igual con el color amarillo y los llacets a favor de la independencia. Nunca me vestiré de lila ni llevaré llacets amarillos.

¿Goza la poesía de buena salud?
— Sí, sobre todo si lo comparamos a la época de cuando empecé a escribir, hace cuarenta años. La poesía sigue siendo minoritaria, pero es que tiene que ser así. La revista ¡Hola! no es minoritaria, tampoco la Pronto.

La poesía es orgullosamente minoritaria, entonces.
— Sí. Requiere esfuerzo, el lector tiene que captar las intenciones, los dobles sentidos. Tendrían que leer poesía en preescolar. Todo se aprende. De niña siempre fui una gran lectora, especialmente de poesía, aunque casi no había libros.

¿Qué le parece que se celebre el Dia de la Poesia?
— Una tontería, igual que el Día de la Madre o el Día de la Mujer Trabajadora, por ejemplo. Como si las mujeres no trabajáramos desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir. El Dia de la Poesia debería ser cada día.

También escribe cuentos, aunque no los haya publicado.
— Sí, pero no me gusto. En poesía sí, por eso publico. No soy la reina del mambo, pero claro que me gusta y por eso la quiero mostrar, por si encuentro cómplices. Y eso que de niña destacaba por la buena redacción, pero considero que mi narrativa no tiene el punto de originalidad que debería de tener, así que lo hago como un ejercicio. Podría vivir sin escribir, pero no sin leer.

¿Tiene algún nuevo poemario terminado?
— Sí, mi editor [Jon López de Viñaspre, del sello Lapislàtzuli] ya lo tiene. De hecho viene este martes [por hoy] para revisarlo juntos. Creo que será para junio.

Qué pena que no esté en Sant Jordi.
— Bueno, por Sant Jordi no vendo demasiado. Como no escribo bestsellers y me dedico a la poesía. Yo misma tampoco compro en Sant Jordi, sino que lo hago durante todo el año. Mis libros también se van vendiendo así. El último que publiqué, Exercicis d’una mà insomne, no me acaba de convencer, pero he disfrutado muchísimo escribiendo este último.

¿Qué puede avanzar sobre este nuevo libro?
— Se titulará, de momento, Bistec de pantera. No sé si la palabra es diversión, pero creo que me divierto mucho escribiendo. No hace falta reírse para divertirse. Cuando un poema se me resiste, le llamo cabrón y lo tiro a la papelera. Últimamente me ha dado por escribir entre la una y las tres del mediodía. ¡Cuántas comidas he quemado! En un mes me pasó hasta tres veces.

¿Es más de lo mismo, pero a la vez diferente de lo que ha hecho?
— Siempre escribo el mismo libro, pero lo hago en trocitos. Desde Quadern de conseqüències (1980) hasta ahora no he cambiado. Es que no lo sé hacer de otro modo. Me gusta usar un léxico y una sintaxis sencillas y que los poemas no pesen. Y mira que hay poetas que escriben versos muy espesos y me gustan, pero a mí no me sale.

¿Quiénes son sus referentes?
— No nací sabiendo poesía, he aprendido leyendo. Me gustan absolutamente todos. De joven leía mucho a Blai Bonet, aunque ya no me gusta tanto. Ahora prefiero poemas disparatados. Disfruto mucho con Vicent Andrés Estallés y también Jacques Prévert, sobre todo su Parolas, Palabras. Lo tengo de libro de cabecera, siempre encima de mi mesita de noche. En cuanto a prosa, Irène Némirovsky y Mercè Rodoreda. De los vivos prefiero no hablar, que luego se ofenden, pero hay jóvenes muy buenos.