Cristina Macaya ha fallecido este jueves. | Jaume Morey

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Cristina Macaya ha muerto en su casa mallorquina, la misma donde durante tantos años nos ha hecho soñar a los que fuimos sus amigos: Es Canyar. Fue su reino particular, el lugar donde creó un mundo a su medida alejado de todo atisbo de vulgaridad y donde todos los que éramos recibidos recibíamos una máxima que hemos cumplido a rajatabla, educación y discreción, siempre. Y nada de dramas. Escribir de ella en pasado resulta extraordinariamente extraño pues pese a que su enfermedad ha sido larga y el desarrollo el esperado los que estuvimos con ella en su última gran fiesta el pasado verano en casa de su buena amiga Maite Arias vimos a la Cristina de siempre.

Elegante, maravillosamente vestida, atractiva, con sentido del humor y unas ganas de vivir más propias de una joven de 15 años que de una señora que ya había cruzado la barrera de los 70. Claro que cuando eso ocurrió lo hizo subida a unas plataformas imposibles y enfundada en un vestido de colores que se pegaba como un guante a su esbelta figura, perfecto para alcanzar las velas de su tarta, y encaramada a una mesa del restaurante de Can Alomar, donde recibió una fiesta sorpresa organizada por sus amigos más cercanos. Su círculo social en Mallorca era de lo más variopinto porque la madrileña no excluía a nadie, y esa era su grandeza. En su casa sentaba a la mesa a príncipes reales junto a estrellas de Hollywood, artista locales y algún que otro periodista local que le gustara. En ese mundo hoy ya irreal, que existió, que fue es Canyar, las fiestas lo eran de verdad. Todo era mágico, las mesas perfectamente dispuestas, los buffets que se servían bien en la jaula del jardín, entre los naranjos que cuidaba con mimo, o en la tafona que usaba de gran salón y comedor para las reuniones de invierno. Por esa jaula ha pasado el quién es quién de la Mallorca de los últimos treinta años, desde Michael Douglas y su esposa, Catherine Z. Jones, a Alfonso Cortina y Elene Cué, Loles Leoó o Pepa Charro, Elena Benarroch, sus íntimos Juan Nadal y Pepa Juan, que la han cuidado como a una hermana, o los políticos que por su puesto nunca faltaron al igual que todas aquellas personas que tuvieran una función positiva en nuestra sociedad. Marieta Salas, Marta Gayá, y tantas grandes damas de nuestra sociedad brillaban en esas noches inolvidables e íntimas.

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Cristina podría haber elegido Madrid, Gstaad, o Marrakech, donde tenía casas abiertas durante todo el año por si alguno de sus amigos o conocidos quería usarlas. En Madrid está su casa de recién casada, una gran casa en la Moraleja, en Suiza está la casa de sus inviernos, el lugar donde gustaba cocinar y jugar a las cartas junto a las personas mas relevantes de la sociedad internacional, y en Marrakech su refugio de los últimos años. Un lugar que descubrió gracias a sus íntimos Ben Jakober y Yannick Vu. Cristina no disfrutaba al leer o escuchar que era la gran anfitriona de Mallorca. Respondía que las había mejores, pero no estoy de acuerdo en absoluto. Sus invitados, desde los príncipes Michael de Kent, Marisa Berenson, Bill Clinton o George Bush, recibían el desayuno en su habitación cada mañana. Si no tenían plan Cristina se ocupaba de que lo hubiera y si deseaban descansar se lo facilitaba. Tomeu Català y Projecte Home se beneficiaron de esa forma de ser que buscaba relacionarnos a todos para un objetivo común, también lo hizo la cárcel de mujeres que se inauguró en Palma gracias a su empeño y a la entonces directora general de prisiones, y las personas que sufren enfermedades raras, en un momento en que nadie se ocupaba de esas cosas minoritarias y de poco lucimiento social. Sin embargo, ese lucimiento también formaba parte de nuestra amiga única, una mujer mágica capaz de teñir lo gris de colores y mucha fantasía, de reírse de sí misma y de sufrir cualquier decepción arropaba por lo que ella necesitaba. Cristina ha sido fundamental para entender la Mallorca y la España de los últimos cuarenta años pues si ella nada habría sido lo mismo. Ni lo será.

Conocí a Cristina Macaya hace ya muchos años y desde el primer momento sentí que me acogía una amiga, pero una amiga de las exigentes. En realidad Cristina Lopez-Mancisidor adoptó el apellido de su marido, Javier Macaya. María Macaya, la más joven de sus hijos, todavía no había nacido cuando falleció su padre. Quedarse viuda con cuatro hijos marcó su vida para siempre. Comenzó su andadura en solitario recibiendo el apelativo cariñoso de la viudita. Una joven viuda sí, pero no cobarde que decidió seguir adelante y forjarse una carrera profesional que la llevó a presidir la Cruz Roja, uno de sus grandes éxitos fue crear el famoso Sorteo del Oro y al mismo tiempo implicarse cada vez más activamente en la vida social internacional y nacional. No se equivocó pues en pocos años se convirtió desde la discreción en uno de sus referentes. Era valiente, tímida, necesitaba el cariño cerca. Cristina deja cuatro hijos, yernos y un montón de nietos que adoraba. Ese es su legado. Gracias por todo. Descansa en paz querida amiga. Te quiero.