Un momento de la actuación de Marc Seguí. | Pere Bota

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El rock neblinoso de Echo & the Bunnymen fue objeto de mi primera crónica de revetla. De eso hace 15 años. Por entonces amenizaban las fiestas artistas consagrados, de enorme peso en el concierto musical. La gente recuerda aquellas noches con nostalgia. En este tiempo se han sucedido cambios de gobierno y nos ha vapuleado una crisis económica y una pandemia. Parece que nos ha mirado un tuerto. Ah, y el reguetón ha tomado las calles, propiciado un cambio en la inercia de consumo que ha desplazado a la periferia a otros géneros más sustanciales. Hoy, para estar en la onda hay que perrear en la party. Pero hay que encajarlo con deportividad: la música urbana es el rock and roll de la generación millenial. En su irrupción, ambas escenas horrorizaron a sus mayores, incapaces de entenderlas del todo, pero prosperaron y se abrieron camino con la fuerza indómita de un tsunami. Mi abuela detestaba el rock and roll, yo el reguetón, en fin... el ciclo de la vida.

Así que esta es la Revetla que nos ha quedado, con un cabeza de cartel con más pasado que presente y una pléyade de artistas que glorifican los sonidos urbanos. Al menos la noche no estuvo asolada de bandas clónicas que sostienen su repertorio en temas prestados, una peligrosa moda que atenta contra mi particular forma de entender el revivalismo. Como cada año, picoteo entre plazas tomando el pulso a los escenarios. La noche grande de Palma ofrece un amplio abanico de sonidos que gravitan el rock alternativo, el jazz, la canción popular y los persistentes ritmos urbanos, obsesivos como un dolor de muelas.

Por contra, los entusiastas del flamenco y las músicas del mundo tuvieron que conformarse con degustar su torrada evocando tiempos mejores. Tras dos años de ‘sequía’, inicio mi particular gincana musical en Cort, donde un ilustre veterano prende la mecha tirando de historias de amor agridulce que evidencian esperanza y ganas de vivir. Icono de una generación, Mikel Erentxun ha escrito algunas de las canciones más arrebatadoramente sinceras de la liturgia pop. No abundan artistas como el donostiarra, su trayectoria es larga y cabal porque nunca ha renunciado al carácter que lo distingue. Ha acuñado una voz propia eludiendo modas, mejorando a cada paso y ampliando su valioso capital artístico.

amaia

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A la misma hora, en la Plaça de l’Olivar, Jane Yo se ajustaba al arquetipo melancólico del post punk con un repertorio repleto de sorprendentes giros que esquivan la dictadura comercial. Los mallorquines brindaron uno de los grandes momentos de la Revetla en una plaza poco masificada. En la Plaça Major Sant Sebastià se hacía más popular. Por su escenario desfilaron las propuestas de Sedaç, Ballugall y Cris Juanico, que llegaba con material fresco, el reciente M’enroca, un nuevo capítulo de su pop con resonancias mediterráneas, música positiva que esquiva el desaliento en la que el espigado menorquín le canta a lo cotidiano, a los miedos y a las dudas. Lo que viene siendo la vida.

Vanguardia

La Plaça de la Reina cambiaba su habitual ‘jondura flamenca’ por los sonidos de vanguardia, abanderados por un trío con gancho: Paula Cendejas, que alzó el telón; Ana Tijoux, con un proyecto íntimo que colinda con el hip hop y, cerrando la velada, el hijo pródigo de Ciutat, el emergente Marc Seguí que con su colorida propuesta atrajo el grueso de los aplausos pese a tomar el escenario una hora tarde por problemas con su ordenador.

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Por su parte, en Joan Carles I, a la actuación de Amaia solo le faltó algo más de afinación. No fue el mejor día para descubrir el flamante imaginario sonoro de la navarra. En contraste, Doctor Prats reclutó a un montón de nuevos fans en la Plaça de l’Olivar. Mis paisanos ofrecieron una exhibición de fiereza bajo la influencia de un sonido que mezcla cumbia, dubstep, ska y rock, deslizando una invitación al baile en la fría noche.

Y aunque uno se estire como el chicle, aun no ha sido bendecido con el don de la ubicuidad, de modo que me fue imposible supervisar el jazz sedoso de The Gramophone Allstars. Y ya lo siento, me consta que su fusión vitaminada de este género con ritmos jamaicanos como el rocksteady y el boogaloo es la mejor viagra emocional. Entrada la madrugada, Sant Sebastià bajó el telón con un notable bagaje asistencial que contrastaba con la apatía que, año tras año, despierta un cartel que progresivamente pierde fuelle.