Ruben Östlund, director de cine, posa para esta entrevista en Palma. | Jaume Morey

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Un padre que abandona a su familia en una avalancha en Fuerza mayor; un director de un museo de arte perdido en la vida en The Square; o un capitán marxista a bordo de un crucero de lujo lleno de gente rica en The Triangle of Sadness, su más reciente filme. Los personajes del cine de Ruben Östlund son una excusa para estudiar la sociología de nuestra época, tan individualista. Östlund es uno de los directores más importantes del momento y hace unos meses se coronó por segunda vez en el Festival de Cine de Cannes, donde alzó la Palma de Oro por segunda vez seguida. Cuenta también con varias nominaciones a premios de renombre como los Bafta o los Oscar, a los que no es de extrañar que acuda el próximo año de nuevo como candidato. Ahora pasa el final del verano en Mallorca, lugar que le ha «enamorado» y donde planea rodar su próxima cinta si las condiciones son óptimas. Es en su casa donde nos recibe para charlar tanto de política como de cine, ambos escenarios de lo mejor y lo peor del ser humano.

¿Qué le ha traído a Mallorca?
—Los padres de mi mujer viven aquí y quisimos pasar el verano en la Isla. Se podría decir que ha sido ella la que me ha traído, pero me he enamorado del paisaje rural de la Isla.

¿Se ve rodando aquí?
—Pues estamos investigando con Palma Pictures la posibilidad de rodar aquí mi próxima película, The entertainment system is down, que trata de un avión de larga distancia donde no hay ningún tipo de entretenimiento a bordo y sobre si los pasajeros aguantarán 15 horas en el aire. Estamos mirando si se puede construir un avión en el plató aquí de Palma o incluso meterlo en el aeropuerto y si las condiciones son buenas me encantaría rodarlo aquí.

Se ha vuelto a alzar con la Palma de Oro en Cannes y con una ovación de ocho minutos. ¿Qué fue más satisfactorio: lo primero lo segundo?
—Diría que lo primero (risas). La proyección fue fantástica. Hubo aplausos espontáneos durante el pase y eso es algo que nunca había experimentado. Luego, a medida que el festival avanzaba, albergué la posibilidad de ganar algún premio, y cuando me dijeron que había logrado la Palma de Oro fue genial.

Solo Coppola, Haneke y usted han logrado ganarla dos veces seguidas. No está mal, ¿no?
—Nada mal. Es increíble poder compartir ese lujo con esos dos directores.

¿Qué es lo que le interesaba explorar en su nueva película, ‘TheTriangle of Sadness’?
—Mi mujer es fotógrafa de moda y cuando nos conocimos pude estudiar su profesión y me resultó muy interesante cómo la belleza sirve como una divisa. Sobre todo en modelos masculinos, que ganan un tercio o un cuarto que las mujeres, y muchos, de hecho, han de acercarse a hombres homosexuales poderosos de la industria para abrirse algunas puertas. Es interesante ver la belleza y la sexualidad desde la perspectiva de unos hombres que lidian con ello como las mujeres en una sociedad heteropatriarcal. A su vez, la belleza es algo que no sirve de nada en una isla desierta, que es donde acaban los pasajeros en la peli, donde la única habilidad que vale algo es la de la supervivencia. Por otro lado, también quería hablar sobre cómo la sociedad capitalista se ha arrastrado hasta cada rincón de nuestras relaciones y vidas privadas.

Woody Harrelson es el capitán de ese barco, ¿cómo logró subirle a bordo del proyecto?
—Pues es curioso. Le envié The Square, que no la había visto, le encantó e hicimos una videollamada. Entonces le conté que quería hacer una película en la que un capitán marxista lideraba un crucero lleno de ricos y que en la cena del capitán, su personaje haría zozobrar el barco para que todos los invitados se marearan y vomitaran cuando en realidad debían pasárselo bien mientras él, borracho, lee en voz alta el Manifiesto Comunista. Su respuesta fue: por supuesto que quiero hacer eso (risas).

Algunos consideran esta cinta como anticapitalista, ¿está de acuerdo?
—Creo que está inspirada en teorías de Marx que dicen que nuestro comportamiento depende de la oposición que ocupamos en la sociedad. Yo creo que el capitalismo ha sido bueno en algunas cosas, como la rebaja de la mortalidad, pero sin regular es un sistema peligroso. Se puede ver en las necesidades básicas humanas, como comer. Es obvio que cuando el capitalismo controla esos mercados va mal. Pero también creo que la izquierda se ha olvidado de Marx, quien sí vio bondades en el capitalismo.

¿Cree que estamos en una sociedad cada vez más individualizada?
—Creo que, como personas somos buenos colaborando y generosos hacia los demás, pero hay un sistema que saca lo peor de nosotros. En mis películas investigo lo que ocurre cuando fallamos moralmente. A muchos de mis personajes, al tener poder, se les hace difícil ser conscientes cuando abusan de él. El protagonista de The Square, por ejemplo, hay un momento en el que empieza a dar dinero a un mendigo y cuanto más le da, más se proyecta él mismo en lo buena persona que es. Creo que todos tenemos esta especie de culpa dentro de nosotros, pero no es solo ego, sino una forma de reparar algo de nosotros mismos. En líneas generales creo que nos hemos vuelto una sociedad muy individualizada, en parte por toda la influencia que nos llega desde Estados Unidos, donde están obsesionados con hacer de todo un problema individual, y nos hemos olvidado del colectivo. Hemos perdido la confianza en el estado. Soy de la opinión de que si lográramos recuperar un estado que no fuera corrupto haríamos grandes cosas.

Hablaba de Christian, el protagonista de The Square, quien dice en cierto punto que el cambio ha de ser social, no individual, ¿Cuánto de usted hay en estos pensamientos?
—Creo en eso completamente. Estoy harto de esta idea de sentirse mal por volar o por comprar productos que sean respetuosos con el medio ambiente. Nos hacen creer que no tenemos ningún poder para el cambio, pero si tuviéramos la creencia de que organizados podemos hacer algo, entonces sí cambiaríamos las cosas.

¿Hay algún hilo conductor que conecte sus películas?
—Siempre me ha gustado la sociología. Lo que me gusta de ella es que intenta hablar del comportamiento humano sin tener en cuenta la culpa. Tengo la sensación de que vivimos en un mundo en el que siempre buscamos un héroe o un antihéroe. Ahí tienes a Marvel, por ejemplo, o incluso las noticias tratan los hechos en términos de buenos y malos. Lo que me gusta de la ficción es que no trato con gente real, por lo que puedo poner a los personajes en un contextos que les hace actuar de una manera u otra y en el que yo mismo me pregunto: ¿habría hecho yo lo mismo?

En otras de sus cintas, como The Square, refleja también la hipocresía de la sociedad.
—En realidad no me gusta nada la palabra hipocresía, ¿sabes por qué? Creo que la ha utilizado mucho la derecha para justificar que todos somos iguales porque alguien de izquierdas vive de una manera diferente a su idealismo, pero es que no se puede vivir de manera idealista. No me parece justo poner sobre el individuo las consecuencias del sistema en el que vive. Es por esto que no considero a mis personajes hipócritas, sino seres humanos lidiando con las consecuencias del mundo. Están en una sociedad a la que reaccionan. Nunca vamos a llegar a una sociedad utópica, pero crear una sociedad igualitaira es un trabajo de cada día.

¿Cree que el cine puede ayudar a hacer del mundo un lugar mejor?
—Creo que cuanto más atención recibe una película más cambia el mundo esa película, por lo que todo arte, cine o escritura cambia el mundo. El problema es que todo arte, cine o escritura cambia el mundo. Es decir, cada uno tira en una dirección y si todos vemos Marvel, por ejemplo, entonces es Marvel quien cambia el mundo. Hay una grandísima competencia por los contenidos que ofreces y por eso Cannes me parece un lugar fantástico: te da visibilidad para hablar de tus propios contenidos.

Hablando de esa disputa, ¿hay un equilibrio posible entre el cine de autor y el comercial?
—Creo que sí. El sistema americano está muy centrado en llegar al espectador porque funciona como industria, mientras que el europeo, cuando recibe dinero del Estado, se siente a salvo y no necesita llegar al público, por lo que habla de temas más intelectuales y no tan comerciales. Uno es muy eficiente y el otro es muy interesante. Yo intento combinar ambos.

Puede verse por qué sus películas no gustan a cierta crítica de izquierdas.
—A mí me gusta llamarla izquierda estúpida. Es una que parece que apoyan a un equipo de fútbol y se ha olvidado de Marx. Antes de la guerra de Rusia y Ucrania tenía la sensación de que estábamos llegando a un punto en el que podíamos hablar y sacar lo mejor de uno lado y otro, pero desde entonces es como si derecha e izquierda apoyaran a equipos de fútbol. Son muy sentimentales a la hora de hablar de cine y quieren retratar a los ricos como todos malos y a los pobres como todos buenos, pero la realidad no es así. Si eres muy pobre es muy probable que tomes decisiones estúpidas por las condiciones de tu vida, y yo he conocido a gente muy rica que es muy maja, pero odian pagar impuestos (risas).

Para acabar, directores como Albert Serra opinan que el cine debe incomodar, mientras que otros como Gaspar Noé defienden que debe emocionar, ¿qué cree usted?
—Me gustan ambas cosas, pero sobre todo hacer que el público se ría y que inmediatamente después no sepa qué debe hacer. Es en ese punto cuando son ellos que deben decidir y reír o llorar no se vuelve automático. Eso es lo que me interesa.