La angloamericana también es pintora, referencia a Dylan y cuenta con cuatro álbumes grabados. Imágenes de este jueves en Palma. | Jaume Morey

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La cantautora angloamericana Sarah Gillespie tiene más aristas que una gema. Música, mensaje reivindicativo, referencias poéticas, un familiar espía y reflexiones filosófico-políticas en sus letras. Además, desborda simpatía. Mañana, a las 20.00 horas, en el Claustre Sant Domingo de Inca, ofrece un concierto íntimo, precedido por Mireia Flores, en el que «sola con mi guitarra» interpretará su música, esa que hace «sin pensar», dentro del festival Women Don’t Wait for Waits, que retoma su actividad tras la pandemia programando a mujeres.

Gillespie lleva varias semanas disfrutando de la Isla y a pesar del «enorme calor que hace» asegura que «es un enorme placer poder escapar del Reino Unido del Brexit». Su convicción política, como puede verse, salta a la vista. «No me importa lo que piensen de mí», exclama esta cantautora de fama internacional que ha tocado en importantes escenarios como el CBGB’s de Nueva York y que compagina la música con la pintura.

Este último arte, de hecho, «se ha convertido en algo muy importante para mí en este último año». Antes de la pandemia, en cualquier caso, ya tenía cierto éxito entre las galerías, con una importante exposición en Londres pospuesta por el virus aunque «habíamos vendido todo».

Mañana, en Inca, interpretará sus canciones acompañada de su guitarra en un formato intimo y acústico, una manera de «volver a los orígenes de las piezas, a sus huesos». Una manera muy diferente de aproximarse a piezas como las de su último disco, Whishbones, pero al mismo tiempo parecida: «Son formas muy distintas de escuchar las canciones, pero ellas son las mismas. Es como ver a alguien completamente desnudo o con ropa. No deja de ser la misma persona». Cuál es mejor de las dos, preguntamos en tono humorístico, y tras reír contesta: «Depende del día».

En cuanto a meterse en temas políticos y de actualidad, algo que Gillespie hace con asiduidad escribiendo incluso en varias revistas y publicaciones, para ella, en el arte, «si es de manera orgánica, está bien». Pone de ejemplo Strange Fruit, de Billie Holliday: «Ella no dice en su letra: ¡No debemos matar negros porque está mal!, sino que es mucho más sutil, y por eso es más amenazante: por la poesía en su interior». Al fin y al cabo, exclama, «la gente es inherentemente política como cuando en Palestina, por ejemplo, te quitan tu casa y tú no quieres que te la quiten. Protestas y ya estás siendo político».

Sutilezas

En cualquier caso, y avisa de que esto no es algo que se verá tanto en su concierto de mañana, «yo no hago campaña desde el escenario, sino que es una plataforma para plantar semillas y que la gente piense por sí misma a través de mis letras». Una manera tan válida como cualquier otra de criticar «la contradicción del mensaje profundamente hipócrita de Occidente».

Por último, y no por ello menos interesante, nos habla de su tío, Cleveland Cram, agente de la CIA y delegado en Londres: «Era un hombre muy divertido y muy amable que ayudó a mi madre cuando se mudó a Inglaterra». Sobre él, recuerda que tuvo una vida muy «loca e interesante» y le fue encargado un monográfico sobre la historia del equipo de contrainteligencia que sigue clasificado a día de hoy.

Gillespie, como puede verse, es una artista con muchísimas ramas y raíces. No deja indiferente a nadie con su sola presencia, y mucho menos cuando agarra la guitarra y empieza a tocar su música. De la cual, ayer dio un adelanto en el estudio de tatuajes Carnivale con un acústico improvisado. Mañana, no obstante, es el gran día para Inca y para Sarah Gillespie.