El escritor Lluís Maicas, posando para esta entrevista. | Teresa Ayuga

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Después del poemario Goteres de llum (Ensiola, 2019), el prolífico escritor Lluís Maicas (Inca, 1954) publica el particular dietario Una fosca d’ungles pintades (El Gall Editor). El autor de Escala de replans, que sale cada domingo en esta sección, comparte sus lúcidas reflexiones e inquietudes, siempre con su característico toque de humor, desde que cumple 65 años (el 13 de febrero de 2019) hasta la víspera de sus 66 (el 12 de febrero de 2020).

¿Por qué este título?
— Podría escribir un artículo entero del porqué. En primer lugar, es un título que me gusta y ya lo puse como provisional cuando empecé el libro y sabemos que los títulos provisionales tienen vocación de permanencia. Finalmente, creo que toda parte oscura nos puede seducir con un poco de maquillaje en las uñas. Además, como el libro abarca muchas cuestiones, quería que fuera un título amplio, sin ser restrictivo ni típico de dietarios.

No es su primer dietario, ya publicó los dietarios Teràpies de sedició (2011) y L’armistici (2012).
— Sí, y los tres formarían parte de mis dietarios más personales, pues también he publicado otros que son más periodísticos.

El libro acaba apenas unos días antes del estallido de la pandemia.
— Ha sido casualidad y tampoco querría que la pandemia influyera en mi escritura. No me apetecía escribir sobre este problema en concreto.

Una de las cuestiones que saca a relucir en este dietario es el esnobismo en la literatura, de autores que quieren parecer ininteligibles para los lectores.
— A medida que uno se hace mayor aprende que lo más difícil es simplificar y que la gente entienda lo que dices o escribes. En diferentes épocas ha habido gente que ha querido escribir de manera oscura y otros que han querido que la escritura fuera clara. En mi caso, me resultaría mucho más fácil escribir oscuro, pero me esfuerzo por buscar las palabras adecuadas y por ser lo más preciso posible con los conceptos.

Asegura que hay más poetas que lectores de poesía.
— En Mallorca puede haber una lista de 300 poetas y no se venden 300 libros de poesía. Ni los poetas leen poesía. Y tienen una cierta culpa los poetas, que la han alejado del lector. No siempre ha sido así. Alcover o Llobera eran leídos por gente no específicamente intelectual. Los poetas tenían cierto reconocimiento y eran leídos. Esto perduró hasta los años cincuenta probablemente.

En la cultura también hay trampas y engaños como, por ejemplo, en los premios literarios.
— Hay buena y mala gente por todo, y la cultura no es una excepción. Hay unos centros de poder cultural, lo que antiguamente eran capelletes. Lo llamábamos así porque estaban más vinculados a los creyentes que a los políticos. Ahora están más cerca de los políticos, que son los que dan subvenciones.

Habla del posible fraude que hubo en la lista de más vendidos en el Sant Jordi de Palma de 2019. ¿Pero por qué tanta obsesión por los ránking?
— El ránking de ventas no tiene relación con el de calidad. Por una parte, traficar con la lista de más vendidos me parece de lo más ruin. Por otra parte, hay multitud de libros que han sido grandes títulos y que nunca figuraron en ninguna lista de éxitos porque incluso tuvieron dificultades para ser editados. Un ejemplo es El gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, que no encontró editor y tuvo que recorrer varios sellos para conseguirlo. Incluso hubo escritores que se suicidaron por no encontrar a nadie que les quisiera publicar una obra. El gatopardo es un libro muy bueno y su autor sería como Llorenç Villalonga, pero mejor. Ambos tratan prácticamente lo mismo: la decadencia de la burguesía o de la clase acomodada.

Critica aquellos que afirman que no escriben para ser leídos.
— Hace poco me encontré con el caso de un autor que afirmaba que se había resistido muchos años a publicar su poesía. En mis libros intento rehuir de la anécdota puntual porque no tendría valor en diez años, pero esto es algo que sucede bastante y es prototípico. Uno escribe y publica porque quiere, si no quisiera, no haría ninguna de las dos cosas.

Asegura que es imposible la indiferencia ante la injusticia.
— Es evidente que hemos pasado de ser una comunidad rica a una comunidad pobre que tiene ricos, lo cual no tiene nada que ver. Y eso no es justo. La riqueza que tenemos debería ser compartida y repartida y por eso me quejo. No puede ser que en las balances fiscales siempre estemos a la cola y que lleguen tantos turistas y que, sin embargo, no se perciba mejora alguna. No puede ser que, además de destruir el paisaje, seamos pobres.

¿La cultura no interesa tampoco a los políticos?
— Creo que se considera la cultura como un accesorio o complemento y eso no se soluciona en uno o dos días, es una cuestión de años y años. Creo que los que nos dedicamos a la cultura o a los que nos gusta lo hemos hecho bien, lo que la gente no ha estado a nuestra altura. El intelectual tiene un gran desprestigio porque no se posiciona por causas justas, sino según sus intereses. No hay intelectuales así en España. Asimismo, nunca he conocido a un apolítico que no sea de derechas.

Portada ‘Una fosca d’ungles pintades’.