El escritor Sebastià Portell, en Barcelona, donde reside desde hace diez años.

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Sebastià Portell (ses Salines, 1992) acaba de publicar Les nenes que llegien al lavabo, su primer libro de no-ficción, una obra que navega entre las aguas del ensayo y la narración, o, como apuntan desde la editorial, Ara Llibres, entre la reflexión y la vivencia. El autor de Ariel i els cossos se encuentra ahora escribiendo su próxima novela que, reconoce, "he tenido que volver a escribir desde cero, pues lo que había escrito no me convencía y lo descarté".

Arranca el libro con una pregunta aparentemente sencilla: ‘cuándo fue la última vez que leíste lo que realmente te apetecía’.
— La semilla del libro es el gusto por la lectura y la reivindicación de la libertad de lectura y de escritura. En una sociedad en el que cada vez peligra más la libertad de expresión, con mucha crispación y con una mayor minorización de los colectivos minoritarios, me parece muy importante no solamente abrir e intentar que no se cierre la ventana de libertad que es la literatura, sino abrirla de par en par.

Lo define como un canto a la libertad lectora y creadora. ¿Es que no la hay?
— Sí que hay, porque si no estaríamos muy mal. Sin embargo, lo hemos dado demasiado por hecho porque en apariencia la hay, pues vamos a una librería o biblioteca y cogemos el libro que queremos. Vivimos en sociedad y no tenemos que olvidar que la cultura es un acto comunitario, pero a la vez es también algo íntimo. Tenemos que recuperar la sobiranía de decir ‘me apetece leer esto o decir esto’ y compartirlo con el mundo. Ninguna persona ha de ser borrada o nadie tiene que hacerle creer que su vivencia no merece existir dentro de un libro.

El libro es una invitación a encerrarse a leer en el lavabo pero, a la vez, también de salir de él.
— Sí. Por una parte, es una invitación a que el lector se dé un espacio y una intimidad, como una habitación propia de Virginia Woolf también para leer, pues cuando estamos solos es cuando hacemos lo prohibido o aquello que no contaríamos. Y la literatura a veces es ir a escondidas, hacer contrabando, traficar con ideas y emociones. Por otro lado, se tiene que salir del lavabo, crear una red y compartir, porque que esas ideas o experiencias queden dentro de nosotros puede tener un impacto importante, pero será limitado.

Dice que es «utópico» el consenso sobre si está bien o mal doblar las páginas de un libro o subrayar algunas frases, pero imagino que es de los que lo hace...
— Sí que doblo las páginas, pero nunca escribo ni subrayo nada. Aunque nunca me atrevería a decir si está bien o mal. En todo caso, es una pena, porque cuando vuelvo a un libro tiempo después y veo la página doblada, a veces no me acuerdo por qué lo hice.

¿Y por qué no lo hace?
— Nunca lo había pensado, es una buena pregunta. Puede que sea porque estoy acostumbrado a escribir y separo la escritura de la lectura, aunque lo que leo me lleve a escribir. Es como si no mezclara mis palabras con las del autor del libro.

Portada del libro.

Una de las cuestiones que plantea también es la legitimidad o autoridad con la que alguien define lo que es buena o mala literatura.
— No todo es bueno para todos y para unos funcionarán unas cosas y para otros, no. Lo importante es, como decía Haraway, el conocimiento situado; es decir, hablar o explicar sobre lo que uno ha aprendido, su experiencia y de donde viene. Si a alguien le sirve este libro, que puede que no, yo seré feliz. No pretendo crear una ley universal y me encantaría que todos los escritores que me gustan hubieran escrito un libro como éste, que me contaran qué obras no han podido terminar, qué libros les han entusiasmado o qué libros han robado.

En literautra, por desgracia, también hay postureo. Hay quien presume de haber leído todos los clásicos y otros de tener una biblioteca muy decorativa con títulos que no tienen la intención de leer.
— Esto último me parece un acto horroroso y anticultural, pues comprar un objeto que significa tanto simbólicamente para hacer ostentación...La literatura es otra cosa. Me da igual que un lector tenga una librería de 400 títulos o si se ha leído veinte libros de una biblioteca, lo importante es si has disfrutado con la lectura y si has llegado donde te gustaría. Lo fundamental es que la lectura sea un acto de placer, de libertad.

«La lectura no es verdura», defiende.
— La lectura se ha promovido demasiadas veces como obligación, como si leer nos hiciera mejores personas. Alomejor no tendría que decir esto, pensarán algunos, pero hay gente que lee y es horrible y gente que no lee con una cultura brutal. Hay pagesos en Mallorca que no leen y tienen más cultura que personas en las universidades. Entre mis referentes están Virgina Woolf o Maria-Mercè Marçal, pero también mi abuelo que era maestro y payés o de mi tía Lourdes que tiene una librería en el pueblo.

Lo mismo sucede en el ámbito académico.
— Nos hemos obsesionado con los títulos y con tener en casa librerías enormes, en estar constantemente leyendo y decir que estamos al día y nos hemos olvidado de lo básico: disfrutar leyendo.

Listas como ‘libros que leer antes de morir’ son una «aberración». Es algo que hacen sobre todo los medios de comunicación...
— Y lo tienen que hacer si así lo consideran, pero si perseguimos la cultura como algo vivo, desordenado y diverso, tendríamos que encontrar otras formas. Tal vez mapas, comentarios, invitaciones. No pretendo que no haya crítica ni mucho menos, pero tiene que reconocerse la subjetividad. Porque la cultura, precisamente, es una disciplina de los sujetos; es humanismo y se centra en la subjetividad. Fingir que no es así es hacer trampas.

Asegura que la calidad literaria es un constructo. Es una afirmación un tanto atrevida.
— Es verdad, aunque pueda sonar atrevido en la sociedad en la que vivimos. Por eso titulé este capítulo 'Contra la qualitat', para que de entrada chocara, aunque es un hecho casi indiscutible. Las calidades literarias, en plural, pues son cambiantes, son fruto de las percepciones de los lectores y los medios de comunicación. Por eso es importante revisar y revisitar las obras. Gracias a eso, por ejemplo, Maria Antònia Salvà ya no se considera una escritora de segunda.

Bueno, todavía hoy se oye eso de que era una autora ñoña...
— Pero eso lo dicen aquellos que se han quedado con la lectura que hizo Llorenç Villalonga en los años veinte y treinta del siglo pasado. Y es legítimo, porque uno puede ser como quiere, aunque los que dicen esto han decidido ignorar cien años de investigación i lectura. Gracias a las relecturas y a autoras como Maria-Mercè Marçal o Montserrat Roig, que se atrevieron a cuestionar la idea de canon, de calidad o de quien merece aparecer o no en los medios de comunicación.

¿Un secreto 'literario' inconfesable?
— El que cuento en el libro: no he leído nunca a Josep Pla. No es que esté orgulloso, porque estar orgulloso de algo que no he leído sería hacer apología de la ignorancia, pero tampoco me da vergüenza. No permito que nadie me diga que tengo una carencia por no haber leído a un escritor o unos libros. Y no descarto no leerlo, claro, pero será cuando me apetezca. Puede que un día quiera saber qué encuentra la gente en Josep Pla.