La actriz Júlia Truyol posó en Barcelona para este periódico. | Carles Domènec

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En la escena teatral barcelonesa, la actriz Júlia Truyol (Palma, 1987) es uno de los nombres del momento. Después de compartir cartel con Emma Vilarasau, Isabel Rocatti y Ramon Madaula en Casa de nines, 20 anys després, que pudo verse en noviembre en el Teatre Principal de Palma, ya ensaya con la compañía La Calórica un espectáculo que se estrenará el 10 enero en el Teatre Lliure de Barcelona. Además, prepara un proyecto para Netflix que será en castellano.

Prepara el estreno de La feísima enfermedad y muy triste muerte de la reina Isabel I.

—Estamos ensayando. Tenía muchas ganas de regresar, como actriz, a La Calòrica, donde llevaba tres años sin actuar. Me ocupaba de la producción, sin pisar el escenario.

La obra recupera un montaje de hace unos años.

—La Calòrica nació hace diez años, con compañeros de promoción del Institut del Teatre. El trabajo fin de carrera consistía en montar un espectáculo. De ahí surgió La feísima enfermedad y muy triste muerte de la reina Isabel I, que se estrenó en el Institut del Teatre, con texto de Joan Yago. El texto propició la creación de la compañía. Somos los mismos de entonces, con alguna incorporación. En La Calòrica somos ocho. Entre los actores, está la actriz Esther López, también mallorquina.

La producción es una manera de homenajear que La Calòrica cumple una década.

—El montaje original se hizo sin presupuesto. Estuvo programado en el Versus Teatre durante una temporada, pero no tuvo una gran vida. Siempre pensábamos que debía recuperarse, porque el texto estaba muy vivo. Decíamos que lo haríamos al llegar a los diez años, pensando en que la fecha estaba muy lejos, pero ya ha llegado.

¿Cómo ha cambiado este espectáculo en estos diez años?

—Sólo han cambiado algunos pequeños detalles. Nuestra experiencia es ahora diferente. Hace diez años nos dejábamos llevar por el teatro de brocha gorda, porque ya nos funcionaba, pero ahora nos lo planteamos de otra manera, nos fijamos en los signos. Por ejemplo, yo hago de Juana la Loca, muy enamorada de Felipe el Hermoso. La manera de hablar de violencia de género, diez años después, ha cambiado. La sensibilidad de los espectadores es distinta. No podemos contar de la misma manera.

¿Es la suya una visión contemporánea del teatro?

—Acabamos siendo muy clásicos. El punto de vista es muy generacional. Con edades comprendidas entre los 33 y los 38 años, nos separan cinco años.

¿Qué relación tiene con el teatro que sale de Mallorca?

—Muy poca. Llegué a Barcelona en el año 2005 y ya me quedé. La distancia es difícil, pero intuyo que se están haciendo muchos esfuerzos. En Mallorca, hay un gran centro que es el de Manacor, que es de agradecer. Palma, en eso, va un poco atrás, a pesar del Teatre Principal. En general, creo que no se cuida lo suficiente el talento de Mallorca, pero me parece que se están creando buenas sinergias para avanzar.

¿Hay algún proyecto nuevo de televisión?

—Sí, pero no puedo hablar demasiado. Será para Netflix y en castellano.

¿Se puede vivir del teatro en Barcelona?

—Se puede malvivir del teatro. Yo lo estoy haciendo desde hace años, pero soy consciente de la suerte que tengo.

Suele actuar en escena en la modalidad de catalán central.

—Los catalanes no tienen el oído entrenado. Les parece muy exótico, pero no se esfuerzan. Tenía un proyecto, en el Teatre Lliure, donde tenía que hacer un monólogo en mallorquín, dirigido por Lluís Pasqual. Al dimitir, tuve que irme del Lliure, donde tenía un contrato de tres temporadas, que acabaron siendo dos.

El teatro es un ámbito donde no son raros los conflictos derivados de la mala gestión de personalidades fuertes.

—Eso pasa en todos los trabajos, aunque es verdad que, al ser algo público, necesitas la aprobación de los demás. Somos unas personas necesitadas, estamos enfermos de amor y aprobación. Es una profesión vocacional, sin estabilidad, pero que no puedes dejar de hacer. Cualquier crítica a tu manera de trabajar se asume como algo personal. El límite entre lo laboral y lo personal no existe. Entre artistas, todo es más susceptible.