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¿Los edificios históricos pierden el alma cuando son restaurados y, además, se dedican a nuevos usos? El historiador del arte Jordi Mestre Quetglas lo ha planteado en la tesis doctoral que leyó el pasado mes de enero en la Universitat de les Illes, 'Rehabilitació: conservar l’ànima del patrimoni protegit'. Una charla con este experto no deja lugar a dudas de que algún resto de ese espíritu queda por el camino, aunque en unos casos en mayor medida. Su investigación se centró en 58 inmuebles de Mallorca que son Bien de Interés Cultural (BIC), la máxima categoría de protección.

Mestre Quetglas ha centrado su análisis entre 1985, fecha en la que se promulgó la Ley de Patrimonio Nacional, y 2015. Entre ambas, hay otra clave, 1998, cuando se aprobó la Llei de Patrimoni Històric balear. Porque «las leyes no son ninguna panacea, pero antes [de su existencia] teóricamente se actuaba sin ningún criterio que enmarcase las pautas a seguir». Por otra parte, «la normativa es lo suficientemente abierta para que se pueda interpretar», aunque las declaraciones de BIC son más completas y documentadas y en las Islas ese cambio se nota a partir de 1998».

El objetivo de la investigación era «ver si este patrimonio restaurado conserva los valores que provocaron su declaración de Bien de Interés Cultural, el álma», teniendo en cuenta que «cada caso es distinto y que ninguno tiene la misma solución».

Entre los analizados, algunos ejemplos son claros. Tras su rehabilitación, sa Llonja se reinauguró en 2011 con una instalación de Frabrizio Plessi que llenó el edificio gótico de llaüts y lo dejó casi a oscuras. ¿Cómo se podían apreciar los resultados de la intervención en el interior? «Sa Llonja es una maravilla y no necesita ninguna exposición, no necesita de nada porque en sí misma ya es un valor».

Can Prunera, una casa modernista familiar de la calle sa Lluna de Sóller se abrió como museo de arte plástico en 2009, tras la restauración de sus elementos decorativos, mobiliario y fachada. Para el historiador, es ejemplo de «una buena armonización entre lo antiguo y lo nuevo, respetuosa, y el cambio de uso conserva el ánima, el espíritu de los antiguos espacios».

De Raixa critica que «interiormente no haya ningún recuerdo de lo que fue esta possesió mallorquina ligada a la explotación de la tierra» y que, una vez restaurada, sea «un centro de interpretación de la Serra» que ha perdido su alma.