Lolita, en una imagen de archivo. | M. À. Cañellas

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No quiso ver ninguna de las anteriores obras de La plaza del diamante para no contaminarse, en el buen sentido, y adoptar algún gesto o deje de las actrices que hicieron de La Colometa, como ella, la protagonista de la adaptación teatral de la obra de Mercè Rodoreda que dirige Joan Ollé. Lolita Flores (Madrid, 1958) la representará este sábado, en el Auditori sa Màniga de Cala Millor, a las 20.00, y al día siguiente en el Auditori d’Alcúdia, a las 19.00. Serrat le empujó a aceptar el papel.

—¿El hecho que su padre naciera cerca de la Plaza del Diamante supuso un aliciente a la hora de aceptar el papel?
—Por supuesto, yo creo que es un regalo que me ha mandado mi padre del cielo. Todo pasa en el barrio de Gràcia, muy cerca de la calle donde mi padre nació. Mercè Rodoreda también es de Gràcia y habla de su padre en la novela.

—¿Cómo está yendo la gira? Hágame un balance.
—No me puedo quejar, le doy gracias a Dios porque creo que es un regalo. Cuando se apagan las luces, me santiguo y le doy gracias a Dios y a mis ángeles del cielo.

—Usted, como se puede comprobar en televisión, es una persona nerviosa. ¿Le costó encarnar a una muñeca tan frágil, casi de porcelana, como La Colometa?
—Muchísimo porque yo hablo con las manos, con la cara, con el gesto y ahí tengo que estar quieta.

—¿Cómo ha aprendido a controlarse?
—Metiéndome en la piel de Natalia.