Lady Gaga y Julie Andrews. | MIKE BLAKE

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La excéntrica Lady Gaga fue la arriesgada opción de la Academia de Hollywood para homenajear a la película «Sonrisas y lágrimas» en su 50 aniversario, lo que se tradujo en una interpretación vocal impecable pero un «look» que combinó el vestido de princesa con los tatuajes y las pelucas.

La cantante de «Poker Face» descolocó en la alfombra roja al aparecer con unos guantes rojos que estaban más cerca del uso doméstico que de «Gilda», pero lo más esperado era su actuación musical, cuya temática se mantuvo en secreto hasta el último momento.

Pero cuando Scarlett Johansson subió al escenario, enfundada en su vestido verde, y dijo que se cumplían 50 años del clásico dirigido por Robert Wise, no tuvo que decir más que «la única e irrepetible» para saber que las siguientes dos palabras eran Lady Gaga.

En medio de una sobria puesta en escena, con apenas unos árboles minimalistas, y con un grupo de cuerda, Gaga volvió a demostrar su carácter camaleónico no solo en su imagen, sino en su voz, mimemitizándose con el registro de Julie Andrews, que apareció al final de la actuación para darle su bendición.

«Querida Lady Gaga: gracias por tu magnífico homenaje», le dijo la ganadora del Óscar por «Mary Poppins», y quien perdió su legendaria voz tras una operación quirúrgica.

La cantante, a pesar de que quiso dulcificar su aspecto y de que vive una época «retro» desde que colabora en sus discos con Tony Bennett, sigue teniendo sus numerosos tatuajes, que asomaban bajo su vestido níveo. Y era inevitable pensar en que la última vez que se le vio vestida de monja fue en el vídeo de su tema «Alejandro», donde combinaba religión con sumisión y erotismo.

Hoy fueron «The Sound of Music», «My favourite Things», «Edelweiss» y «Climb every mountain» los temas con los que Lady Gaga se convirtió no solo en freulein María, la «novicia rebelde» (tal y como se tradujo en Latinoamérica), sino también en la madre abadesa de la famosa película.

Aunque hubo ovación, la interpretación de Gaga se sumó a los momentos vocalmente más impresionantes de la noche (a la altura de John Legend y su emotiva interpretación de «Glory") pero también a los más disparatados que se recuerdan, a la altura de cuando Beyoncé cantó la canción de «Los chicos del coro» en un improbable francés en 2005.