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Los cuatro días libres que le corresponden del puente de mayo no son para descansar, tampoco para desconectar y evadirse de la rutina en la Compañía Nacional de Danza. El bailarín catalán Aleix Mañé dedica su tiempo a instruir a las alumnas de la Escola de Dansa Sant Jaume de Palma en un taller que concluyó ayer con la confección de una pieza de 15 minutos, Vemvento, que se estrenará en la gala de fin de curso en el Auditòrium, el 26 de junio.

Ya ha impartido diversos cursos en el centro. En ocasiones anteriores enseñó repertorio y coreografías de Nacho Duato, pero con la premisa de que no podían bailarse fuera de la escuela. «Son de Nacho [Duato] y valen dinero», aclara el bailarín y coreógrafo, quien se inspiró en aldeas y villas portuguesas de otra época para la construcción de la obra, protagonizada por ocho niñas y un niño, con edades que rondan entre 10 y 17 años. «Es una danza alegre, muy de calle, con fados, y he encajado a cada una de ellas, por el carácter que tienen, en un rol distinto», relata Mañé. «En cuatro días montar quince minutos es, por no decir casi imposible, una locura. Pero he venido con las cosas súper claras y he ido muy rápido», matiza.

Para el director de Vemvento , con las colaboraciones de las profesoras Mar Moreno y Mireia Sans, es «fundamental» conocer a cada alumno antes de otorgarle un papel. «Según les ves andando por el pasillo o yéndose al camerino ya sabes quién es quién. No puedes pretender que una chica tímida o lírica, por la forma de moverse o de pensar, sea brusca o loca. O que haga un papel de mucho carácter como sería una Carmen ».

Disciplina

Durante estos cuatro días, Mañé ha tratado de inculcar algunos valores como la disciplina en el trabajo. «Es un negocio entre el bailarín y coreógrafo, tiene que haber seriedad porque si no es jauja», sostiene.

En las escuelas de danza todavía predomina la figura femenina en contraposición de la masculina y Aleix Mañé lo acusa al «contexto social fuerte. A pesar de que seamos muy modernos, en realidad, si el niño no va a fútbol es raro. Hay muchos niños a los que les gusta bailar, no hace falta que sea ballet, quieran ponerse una 'mallita' blanca y ser un príncipe».

Parte del problema radica en la educación, según el bailarín. «Cuando éramos pequeños el ballet era como una mofa. Yo bailaba en el salón de actos del colegio y no venía nadie más que los padres. Si entraban chiquillos de la clase de al lado era para reírse», sentencia.