Las magníficas bóvedas y columnas diseñadas por Guillem Sagrera en el siglo XV acogieron a los escritores reunidos por este diario. | Jaume Morey

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La tradición de este diario de reunir a los escritores con motivo de Sant Jordi cumple 15 años, que celebramos con ellos en sa Llonja durante una soleada mañana de abril engañosa en la que lucía el sol, pero también soplaba un vientecillo frío que no arredró a quienes acudieron a la cita, una cuarentena.

El Govern nos abrió el edificio de Sagrera, que permanece cerrado al público, y, entre charla y saludo, nuestros autores pudieron disfrutar de la rehabilitación de sa Llonja sin que nada ni nadie se interpusiera entre ellos y la magnífica arquitectura gótica. Todo un lujo.

María Álvarez, adjunta de Comunicación de la Conselleria de Presidencia y nuestro enlace a la hora de solicitar los permisos, fue la primera en llegar. Puntuales como siempre, los verdaderos protagonistas no se hicieron esperar. Siempre les citamos un sábado para que, libres de obligaciones laborales, no puedan ‘hacer novillos’. Éste año hubo algunas bajas por enfermedad que lamentamos mucho. Antònia Vicens envió un sms muy de mañana: «Reina tenc pupa, em sap greu no poder venir». Al poco rato sonaba el teléfono. Era Neus Canyelles: «Tengo migraña».

Como es una enfermedad que la autora de L’alè del búfal a l’hivern padece con frecuencia, lo entendimos perfectamente y no le pusimos falta. Pero su llamada venía con un encargo, el de avisarnos de otra baja, la de la poeta Antonina Canyelles: «Tiene gripe». La cosa se ponía fea y con el madrugón, al que no estamos acostumbrados los periodistas culturales, todo nos parecía mucho más negro. Comenzaban los nervios que siempre nos atenazan: «¿Será una deserción en masa? «¿Serán capaces de plantarnos?».

Sabíamos seguro que un habitual de este encuentro, Coco Meneses, no acudiría por culpa de una triste historia: Un ‘caco’ le había atracado en su portal y, al defenderse instintivamente, le había tirado al suelo. Aunque el autor de El fracaso llega puntual podía salir de casa, le convenían el descanso y la tranquilidad.

Oteábamos el horizonte. Aún faltaban varios minutos para las 10.30. Cuando a lo lejos distinguimos la alta y delgada figura de Martí Santandreu, nos tranquilizamos. Una vez vemos llegar la primera cara amiga, las nuestras se iluminan y comienza la intensa hora de fiesta y trabajo. Fiesta porque nos encanta esta cita, verles a todos, hacer bromas. Trabajo, porque nos dan mucho. ¡No se imaginan, lectores, el trabajo que dan cuarenta escritores juntos! Colocarlos para las fotos requiere ponerse muy serio y tiembla hasta el fotógrafo más bregado en estas lides. Este año fue Jaume Morey, un veterano, que en la redacción comentaba: «En la foto de la fuente me puse nervioso, no me hacían caso, me costó agruparlos». Porque ellos prefieren charlar, intercambiar confidencias, teléfonos, correos electrónicos.

En los corrillos y en el café posterior a la sesión, la polémica de la lengua y los recortes en el sector de la cultura fueron temas de conversación. Algunos, como Lluís Maicas y Bernat Nadal, lucieron el lazo reivindicativo en la solapa; otros, como el poeta Àngel Terron, lamentaban el cierre de editoriales de poesía en catalán. Sí, había motivos para la tristeza; pero lucía el sol, la tradición continuaba y pronto llegaría Sant Jordi. De momento, parece que sobreviviremos a la crisis.