La banda, que tuvo que retrasar el concierto por el paro de los controladores, ayer en Palma. | Pere Bota

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Veinticuatro horas después de lo previsto, Maldita Nerea saltaba al escenario. El conflicto con los controladores aéreos impidió que la formación murciana llegara a la Isla el domingo y fue finalmente ayer cuando sus seguidores, cerca de 3.000, pudieron acompañarles en el Palma Arena, donde presentaron Es un secreto... no se lo digas a nadie.

«Los controladores no han podido con nosotros», dijo el líder de la formación, Jorge Ruiz, quien mostró su alegría por haber conseguido, después de mucho tiempo intentándolo, actuar en la Isla.

La formación, con una década de trayectoria a las espaldas, llegó a Palma saboreando todavía sus últimos éxitos, llenos en el Palacio de los Deportes de Madrid y en el Palau Sant Jordi de Barcelona.

Se desató la locura entre los jóvenes mallorquines cuando Maldita Nerea pisó el escenario del velódromo palmesano. Por el miedo a equivocarnos fue el tema de su último disco elegido para arrancar el show, que se prolongaría durante casi dos horas.


Sonido

Como se repite concierto tras concierto, la acústica en el Palma Arena desmerece hasta a la mejor banda. Ayer, una vez más, volvieron a repetirse esas deficiencias: sonido sordo, bajos muy acentuados, ... Pero poco importó a un público que, durante los sesenta minutos previos al concierto, hacía cola en los puestos de merchandising para hacerse con las últimas camisetas y jerseys promocionales de Maldita Nerea.

Rodado ya el espectáculo, el grupo fue desplegando los temas de Es un secreto... no se lo digas a nadie: Su película o El secreto de las tortugas, hit en el que se volcó el público. Si algo ha conseguido el sexteto murciano es hacer canciones con una rotundidad que no se estila en los canales mediáticos. Su marasmo de sonidos define el continente de unos temas con una arrebatadora sensación de dinamismo, temas que liberan el espíritu de los ochenta como herederos de un estilo desenfadado, anclado en un cruce a medio camino entre Hombres G y El Canto del Loco. La banda inocula a su partitura la armonía encantadora y la belleza un tanto ingenua propia de unas canciones sin ansias de magisterio. Riffs portentosos, temáticas generacionales, espíritu clásico pero desinhibido, y a partir de ahí ya no hay escapatoria, su implacable y contagioso libreto de pop-rock de carretera nos hace prisioneros. Y ayer emprisionaron a cientos de mallorquines.