Lluís Llach, ayer en Palma.

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No quería pasar sus últimos años viviendo como un cantante, que «es como una máquina de tren que no para». Para evitarlo, Lluís Llach deció bajarse de los escenarios, iniciar una etapa como empresario vitivinícola en el Priorat y vivir «con calma y serenidad el tercer acto» de su vida. El objetivo, al fin y al cabo, aspirar a una «buena vida», que es de lo que habló ayer en Palma en la inauguración del ciclo La Bona Vida, organizado por la Universitat de les Illes Balears.

El músico retirado y empresario «casi arruinado» habló ayer de música y, aunque es «abstemio», también de vino, y de aquellos placeres en los que hoy se refugia, como la escritura o la observación. «Tengo mucho respeto por la gente que se dedica al vino, pero estoy en este mundo de forma accidental y me interesa mucho más hacer música. Dejé de hacer el trabajo que más me gustaba del mundo», confesó Llach, quien no tiene «ninguna duda de que las canciones han ayudado a la gente a vivir bien». «La música permite compartir sentimientos y dejar marchar los fantasmas que el ser humano tiene en su interior».

Independentismo

El catalán habló, antes de participar en el ciclo, de política y de la «necesidad social» de la independencia de Catalunya. «Sólo nos queda una carretera para funcionar como país, la soberanía, la independencia. Hay una necesidad social, económica y cultural». Llach aseguró que «España es asfixiante a estas alturas de la película». Según el catalán, por éste y muchos otros motivos, la felicidad colectiva es inalcanzable; por ello, «la buena vida sólo la encontramos en la parte personal».