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La Nocilla no le gusta más que el jamón york o cualquier otra cosa, pero los expertos le han convertido en referente de la Generación Nocilla, una denominación que a él no le gusta y que cambiaría por «Generación after-pop». Pero tras una etiqueta u otra, Agustín Fernández Mallo se ha ganado un lugar en el panorama literario desde que, hace tres años, irrumpiera en él con un novedoso producto, principalmente desde el punto de vista formal.

Ese producto es el Proyecto Nocilla, que empezó con la novela Nocilla Dream, a la que siguió Nocilla Experience y que ahora culmina con Nocilla Lab (Alfaguara), título que cierra una trilogía en la que la Nocilla no es una protagonista explícita, sino que debe su aportación a la nostalgia sentida por el autor al escuchar la canción de Siniestro Total, Nocilla que merendilla.

Años después de ese éxito, y ya con el punk bastante olvidado, Fernández Mallo rescata uno de los conceptos de ese movimiento para aplicarlo a su literatura. Este concepto es el de radicalidad, pero «una radicalidad entendida como agarrar las cosas desde la raíz y sacar el máximo de ellas». Así, «hiperrealista», que no experimental, es como se autodefine y se adentra en la soledad, en la «misteriosa soledad», para desarrollar «unos personajes que la aceptan tranquilamente» y de los que el lector nunca acierta a averiguar lo que tienen de real, de autobiográfico o de ficción. Pero si por su contenido ha sido tildado de osado, o arriesgado, no menos lo es la narración y estructura formal de la obra de Fernández Mallo. Como a muchos autores, la literatura a Fernández Mallo le conduce. Afirma que nunca escribe «nada programado», sino que se lanza sin saber a donde va, «como en el azar», o en la poesía, género en el que este físico que trabaja en el hospital de Son Dureta se encuentra más identificado que en la narración.