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Francisco Umbral falleció la madrugada de ayer en la Clínica Montepríncipe de Boadilla de Monte (Madrid) como consecuencia de un fallo cardiorrespiratorio. Intelectual autodidacta, el escritor se vinculó al mundo de las letras desde su más tierna infancia en Valladolid, ciudad donde pisó su única escuela y de la que fue expulsado, lo que ya reveló una polémica personalidad que le persiguió hasta el fin.

Este escritor y colaborador de prensa fue distinguido con premios tan importantes como el Príncipe de Asturias de las Letras (1996), Nacional de las Letras (1997), Cervantes (2000) y Mesonero Romanos de Periodismo (2003). A lo largo de su trayectoria, Umbral dio muestras de ser una de las miradas más incisivas y críticas de la sociedad contemporánea española, lo que nunca restó fuerza al sentimiento y al lirismo que impregnan sus libros.

Su característica imagen, con las gafas de pasta y la bufanda blanca al cuello, unida a su fuerte carácter y voz profunda, le hicieron inconfundible para el gran público.

Francisco Pérez Martínez, más conocido como Francisco (Paco) Umbral, nació el 11 de mayo de 1935 en Madrid, pero pasó su infancia y adolescencia en Valladolid. En esta localidad castellana tuvo su único contacto con un centro de enseñanza, entre los 10 y 11 años, pero le echaron y jamás regresó. Tres años después, empezó a trabajar como botones de un banco.

Desde niño la lectura fue el centro de su vida. Según él mismo explicó, leía todo cuanto caía en sus manos, lo mismo le daba el cómic El Coyote que a los autores de la Generación del 98. Con el tiempo sintió la vocación de escritor. Conoció a Miguel Delibes y dio sus primeros pasos periodísticos en el diario El Norte de Castilla (1958). El periodismo sería su profesión hasta dedicarse por entero a la narrativa.

Tras su llegada a Madrid, a principios de los años 60, empezó a colaborar en varias revistas y a frecuentar el Café Gijón y sus tertulias intelectuales. «Cervantes es imprescindible para un periodista, pero Quevedo es imprescindible para un escritor», repetía en muchas ocasiones el autor de tantos y tantos títulos como Las ninfas, Belleza convulsa o La forja de un ladrón, y el cronista madrileño de «los políticos, las flamencas, los poetas y las putas». En 1975 escribió Mortal y rosa, donde evocó la muerte de su hijo a modo de catarsis y fuerza liberadora, aunque fue una pesadilla que siempre le persiguió y de la que nunca quería hablar.

Con más de 80 libros publicados, entre los aparecidos en la década de los 70 figuran Tamouré (1965), Lorca, poeta maldito (1968) o Memorias de un niño de derechas (1972), entre otros. En los años 80 publicó títulos como A la sombra de las muchachas rojas (1981), Guía de la postmodernidad (1987), o Sinfonía borbónica (1987).

Entre los títulos de la década de los 90 cabe citar Y Tierno Galván ascendió a los cielos (1990), Madrid 1940. Memorias de un joven fascista (1993), o Mis placeres y mis días (1994). Sus últimos libros fueron Madrid, tribu urbana (2000), Y cómo eran las ligas de Madame Bovary? (2003), Los metales nocturnos (2003) y Días felices en Argüelles (2005).

En marzo de 2007, presentó una obra teñida de cierto matiz melancólico, Amado siglo XX, todo un ejercicio de memoria, en el que recorría, a medio camino entre el desencanto y la nostalgia, nombres, personajes, situaciones, hechos, chascarrillos, momentos, figuras políticas, corrientes literarias, ambientes y olores de la centuria clausurada.