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EFE-COPENHAGUE El fallecimiento del cineasta Ingmar Bergman a los 89 años conmocionó ayer a la sociedad sueca y al mundo del cine, que desde hace cinco decenios le reconocía unánimemente como uno de sus maestros indiscutibles.

Bergman, uno de los realizadores más influyentes de la segunda mitad del siglo XX, falleció en la cama en su residencia de la isla de Faro, en el mar Báltico, rodeado de parte de su familia.

Su hija Eva Bergman, que fue la encargada de dar la noticia, explicó que el fallecimiento se produjo de forma «pacífica y tranquila», aunque no precisó las causas de su muerte.

La noticia de su muerte provocó una cascada de condolencias de personalidades de la cultura y la política suecas, entre ellas el primer ministro, Fredrik Reinfeldt. «Su obra es inmortal y espero que su herencia sea cuidada y desarrollada durante muchos años», afirmó Reinfeldt en un comunicado público.

Durante su extensa carrera, Bergman dirigió más de cien obras de teatro, decenas de programas de televisión y más de cuarenta largometrajes.
Nacido el 14 de julio de 1918 en Uppsala, al norte de Estocolmo, Ingmar Bergman creció en un ambiente religioso y autoritario que marcaría su carácter y su obra para siempre.

Su carrera cinematográfica empezó en 1944, cuando escribió el guión de Tortura para el director sueco Alf Sjoberg. Después de dirigir cuatro filmes con guiones ajenos, Bergman estrenó Prisión (1948), su primera película como guionista y director. Sin embargo, el reconocimiento internacional no llegó hasta el estreno de Sonrisas de una noche de verano (1955), con la que obtuvo el premio especial del jurado en el Festival de Cannes. Su siguiente película, El séptimo sello (1956), se convirtió rápidamente en un clásico del cine de autor y elevó a Bergman al Olimpo del séptimo arte.