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Guillem Nadal inaugura mañana, en el Centre Cultural Ca n'Apol·lònia de Son Carrió, una muestra «íntima» que lleva su obra a su propia casa, el municipio de Sant Llorenç, donde vive y crea. Papeles de gran formato y un gran tríptico en tela, una selección de la obra que presentó en la galería portuguesa de Mario Siqueira, es la propuesta para una muestra «suave, íntima, -lo que no quiere decir que sean piezas idiotizadas-, que permite una contemplación silenciosa», reflexiona Nadal con ese tono de voz tan bajo que acentúa escondiéndose tras su larga melena rizada.

Nadal, un personaje que hace pocas concesiones a la galería, es un pintor apegado a la tierra y a la naturaleza, -los críticos encuentran en su obra connotaciones mitológicas y antropológicas, como dijo en la presentación Antoni Sansó-, que se confiesa «más cerca de la cultura asiática que, por ejemplo, de la americana», afirmación que corrobora su trabajo. Como no le gusta explicar sus cuadros invita a visitar el taller, «la central de ideas, donde ves cómo va la evolución de las piezas y enlazas y, a veces, lo haces con los restos que han caído del naufragio». Porque las palabras «son sólo fragmentos de mi obra que no puedo explicar bien».

Y a continuación exclama: «En la próxima entrevista me traeré un traductor», un intermediario que no necesita cuando se contemplan sus «Mapas» que son, sobre todo, reflejo de un paisaje «interior». Porque ve el mundo, y así lo refleja su pintura, «como una serie de islas y continentes y lo que surge del alma es lo que realmente interesa, lo que sientes y dónde vives anímicamente». Como sucede con «el plano de una ciudad, que no explica todo», sus 'paisajes' abstractos «no explican toda la realidad», porque «por mucho paisaje que sea parte de tí mismo, del ser».