Un primer plano de Joan B. Foster, ante el retrato que le hizo Archie Gittes hace casi setenta años.

TW
0
CRISTINA ROS Joan Benedetta Foster tenía poco más de dieciséis años cuando posó para Archie Gittes, enfundada en un vestido azul que hizo historia. De esas sesiones, que la pintora inglesa recuerda «muy entretenidas», nació «María Magdalena s. XX», una pintura que levantó una gran polémica en la Mallorca de 1940. El artista americano, de quien se puede ver una gran antológica en la planta noble del Casal Solleric, se vio forzado a cambiar el titular de la obra por un mucho menos comprometido «Vestido azul».

Quien fue esposa del pintor mallorquín Juli Ramis, madre de sus cuatro hijos y cuñada de Archie Gittes, no es mujer nostálgica. Joan B. Foster, a sus 86 años, asegura tener un presente tan intenso que pocas veces, casi nunca, mira hacia atrás. Aún así, cuando, en una visita a la exposición de Archie Gittes, se le pregunta por sus vivencias pasadas, demuestra conservar una memoria espléndida.

«Tengo un gran recuerdo de Archie Gittes. Era el marido de mi hermana Cicely, diez años mayor que yo, compositora, que ahora vive en San Diego. A Archie le conocí en Londres, cuando yo estaba en un internado de monjas. Durante unas vacaciones, vine a Mallorca para visitarles. Y entonces posé para él. Decía que yo le inspiraba», asegura Joan B. Foster. La mujer que protagoniza la obra «María Magdalena s.XX» era una muchacha bellísima, de una exuberante adolescencia. Han pasado casi 70 años desde que el pintor la retrató y, aun así, ella recuerda que «era muy divertido posar para Archie. Era un hombre alegre, en absoluto complicado, muy simpático y espontáneo. Mientras pintaba, le escuchaba cantar espirituales negros. Tenía una voz fantástica».

Al preguntarle si la pintura quería ser un revulsivo para la pía sociedad mallorquina, Joan B. Foster responde: «No creo. Archie no era precisamente un intelectual, nunca se complicó la vida. El crucifijo lo pintó porque yo era una muchacha de familia muy católica, que llegaba del internado y, además, de joven, fui creyente convencida. Después cambié». Dice no haber vivido las presiones sociales hacia esa obra: «Yo ya había regresado a Londres. Supe que la gente se había indignado por ese cuerpo que Archie pintó tan sensual, por el crucifijo y por el nombre de la pecadora María Magdalena. Pero nunca le di importancia. Lo que sí recuerdo muy bien es que compré ese vestido azul en Londres, y que fue el primero que pagué de mi bolsillo».