José Manuel Valverde Rubio, médico de familia, psicoterapeuta y sexólogo. | Jaume Morey

Un año después de aprobar el segundo examen de la oposición de Médico Titular de APD, se nos convocó a elegir plaza. Durante los meses anteriores me dediqué a escribir a todos los colegios de Médicos de España para recabar información sobre las plazas que se ofrecían en toda nuestra geografía. Era la posibilidad de elegir desarrollar mi trabajo por muchos años en cualquier parte de España, y dado mi buen resultado en las oposiciones tenía mucho donde elegir.

Había pueblos en Galicia con un número impresionante de autónomos agrarios que estaban muy bien pagados, no recuerdo si dos o tres veces las cartillas del resto de afiliados a la Seguridad Social. Una de mis primeras consideraciones fue buscar pueblos de costa, quería mar cerca. Mi primera visión del mar fue a los 9 años, y desde entonces ya me planteaba no vivir lejos de el. Vi pueblos en el País Vasco, en Catalunya, en el Levante, en Andalucía… Con la ayuda de la información que me iba llegando de muchos Colegios de Médicos, la información de las plazas accesible en el BOE, y un plano fui estratificando el listado.

Hasta que una tarde de verano, absolutamente tórrida en que solo el amparo del aire acondicionado de un cine permitían soportar, me metí en un cine de la Calle Fuencarral y ponían Bearn. La película, basada en la obre de Llorenç Villalonga y dirigida por Jaime Chavarri, sitúa la acción en la Mallorca de finales del siglo XIX o principios del XX. Después de una existencia disoluta, Don Antonio de Bearn se retira a su finca mallorquina para redactar sus Memorias en un intento de salvar, a través de la escritura, aquello que está condenado a desaparecer: él y su mundo, la Mallorca feudal. Bearn habla del fin de un modo de vida y del ocaso de una clase social (la nobleza rural).

El señor de Bearn, es el último de su especie, prototipo de señor mallorquín con derecho de pernada y a aplicar castigos físicos a sus siervos. El personaje, interpretado en la película por el actor Fernando Rey, es un tipo culto, volteriano, entusiasta de los nuevos inventos como el automóvil y el ferrocarril, masón durante breve tiempo, hacedor de hijos naturales, seductor de sobrinas y marido de doña Maria Antònia, su prima hermana.

El escritor Miquel Villalonga, el hermano de Llorenç, dejó dicho que, en la obra de su hermano, los bosques de Bearn son los de Bunyola. La película para mi refleja un universo semejante a la Viscontiana El Gatopardo, novela posterior a la de Villalonga, aunque la película se rodara en 1963. Ese ambiente de fin de una era, tanto en una película (y en sus novelas inspiratorias) como en otra, habla del ocaso de un modo de vida ya absolutamente anacrónico y de la extinción de toda una clase social en el poder económico y social durante siglos (la nobleza rural). Fue ver la película y enamorarme de una Mallorca que no conocía. Y al pueblo dónde se inspiró la película, y donde se rodó decidí venir.

De todas las cartas en las que pedía información a los Colegios de Medicos, sobre las plazas disponibles en cada provincia, la última en llegarme fue la de Baleares. Escuetamente se me informaba que en Bunyola no había casa de Médico, ejercía un compañero en ejercicio libre y dado que 'la mayor parte de la población trabajaba en Palma, bastantes hablaban en castellano'.

Fui a Madrid a despedirme de mis padres antes de venirme al que, con el tiempo sería mi tierra escogida. La sorpresa fue que mi padre se apuntó al viaje, y me acompañó. Ese fue probablemente el mayor tiempo que compartí con él en toda mi vida. Llegué a Palma el viernes 7 de octubre e 1983, vinimos en barco, que siempre me ha parecido la mejor forma de llegar con conciencia de que estamos en una isla.

Con mi nombramiento del Ministerio de Sanidad como Médico Titular propietario de la plaza de Bunyola, a hacer el periplo para tomar posesión de mi plaza. Nos alojamos en el hotel Almudaina de Jaime III y allí pregunté las direcciones de la Conselleria de Sanidad, el Colegio de Médicos y el Ibsalut. Andando, y en la mañana del viernes estuvo todo solucionando. Desde ese momento siempre he tenido la certeza de que Palma es una ciudad de tamaño ideal en la que todo está muy cerca.

Después de comer, decidimos ir a conocer Bunyola. Mientras conducía por la carretera de Sóller, la vista del paisaje con el fondo de la Serra de la Tramuntana nos impactó, y no ha dejado de parecerme siempre un escenario impactante. A los pocos kilómetros y tras un giro a la derecha, la serpenteante y ascendente entrada en Bunyola. La vista de la estación del tren de Sóller, la cuesta que baja a ella, y un nuevo giro a la derecha nos coloca en calle principal y eje que divide en dos al pueblo. El primer sitio que fui a visitar fue la Farmacia. Dos farmacéuticos Ramón Coll y Joan Miralles la regentaban, y desde el primer momento sintonicé muy bien con ellos. Me dieron muchísima información, entre otras cosas que al día siguiente, sábado, tenía que pasar consulta, ya que esa era la costumbre desde hacia muchos años. De allí partí a la casa de Don Bernardo Mestre, un octogenario medico que llevaba ejerciendo en Bunyola desde el año 1936. Ya estaba jubilado, pero ejercía como Medico Privado. Me pareció una persona entrañable y aquella tarde fue la primera de una larga lista de conversaciones, en las que aprendi muchísimo tanto de el ejercicio de la medicina rural en tiempos mucho mas heroicos, como de los usos, costumbres e historia de ese municipio. Y el final fue ir a la casa del Alcalde, Antonio Colom Negre, a presentarme.

El sábado, antes de empezar la consulta me encontré en el Bar Central, frente a la iglesia, con el que había ocupado la plaza de manera interina hsta ese momento Rafael Mira Esteva. En la Conselleria de Sanidad me habían dado la desagradable encomienda de entregarle su cese en mano. Y así lo hice. Él estaba dispuesto a comenzar minutos después la consulta, y no estaba al tanto ni de que hubiese habido un año antes oposiciones, ni de que se me había adjudicado esa plaza. Y de ahí a la consulta, que por aquel entonces se pasaba en los bajos del Ayuntamiento, mi primera consulta en el pueblo donde ejercí durante 9 años.

En ese día también conocí al que seria mi compañero de fatigas, el enfermero Ferran Petit López, catalán de Barcelona, Un inmenso profesional, con una empatía inmensa con los pacientes y sobre todo un magnifica persona.