Imagen de Rafael Nadal durante su partido de cuartos de final ante Kei Nishikori. | Judith White

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Catorce años después de su primer enfrentamiento en París, Rafael Nadal afronta este viernes (12:50/Eurosport y DMAX) un desafío colosal ante Roger Federer en busca de su duodécima final de Roland Garros. El rey de la tierra llega en el momento justo para trepar el penúltimo escalón de la reconquista a costa de su enemigo íntimo, que quiere añadir a su historial una muesca que anhela desde que aquel muchacho con pantalón corto y camiseta sin mangas se convirtió en su pesadilla en el torneo francés.

Por ahora los dos se han repartido elogios y han celebrado como algo especial volver a verse las caras, pero hoy la cosa se pone seria. Su admiración mutua no quita que esté en juego la final de un grande y el segundo puesto del ránking, aunque este último objetivo no tenga tanta trascendencia. Sí es una evidencia que a estas alturas de sus respectivas carreras cada vez es más difícil disfrutar de estas oportunidades. El mallorquín quiere brindarse la ocasión de alcanzar su vigésimo sexta final de un grande, mientras que el suizo quiere saldar una de las pocas cuentas pendientes que tiene en su carrera: ganar al rey de la tierra en su templo particular.

Precisamente las prestaciones del mallorquín sobre la superficie roja y la hegemonía acreditada en el Bosque de Bolonia son los argumentos que más refuerzan su candidatura a una final a la que ha llegado tras activar su modo apisonadora ante Kei Nishikori en cuartos. El propio Federer, que ha vuelto a jugar en arcilla tras varios años saltándose estos meses del año, asume la condición de favorito de Nadal, que, pese a una temporada de tierra más irregular que antaño, llega en el punto óptimo para reclamar el trono. El manacorí acreditó su paso al frente con la conquista de Roma y ha vuelto a elevar el nivel en cada uno de los obstáculos que se le han presentado en París. Esquivar la presión forma parte de la guerra psicológica que tiene un notable peso en los partidos.

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En la batalla mental hay precedentes que ofrecen varias lecturas y los contendientes extraen las que le interesan. Federer ha dominado sus cinco últimos enfrentamientos, todos ellos en pista rápida, y Nadal, que no supera al de Basilea desde hace cinco años (Australia 2014), juega la baza de haberse impuesto en sus cinco partidos previos en París y de que no le haya ganado en tierra desde hace una década (Masters 1.000 de Madrid 2009). El mallorquín le ha hecho hincar la rodilla en una semifinal y cinco finales sobre la tierra gala, un escenario en el que es casi infalible (91 victorias y dos derrotas), y manda tanto en el global (23-15) como en arcilla (13-2).

El guion del partido, que puede ofrecer pocas sorpresas tras 38 precedentes, plantea a un Federer muy agresivo para esquivar los intercambios largos que mejor se adaptan a las tácticas de Nadal, que parte con la consigna de obligarle a golpear su revés a una mano en bolas altas y exprimir su condición de zurdo. El mallorquín, que también juega la baza de gestionar como nadie las dimensiones de la central, tiene la premisa de mover mucho al suizo para que no pueda golpear en posiciones cómodas y tendrá que extremar la calidad de los primeros puntos consciente de que su rival atacara a la mínima. De hecho, el suizo ha plagado sus partidos previos de constantes subidas a la red, aunque insistir en este plan supone un gran peligro en tierra ante el juego del isleño.

En un deporte en el que las sensaciones son importantes cobra trascendencia el entorno y la previsión meteorológica no invita al optimismo. La amenaza de lluvia será una constante y de ahí que la organización haya optado por adelantar al máximo la sesión en la Philippe Chatrier, donde se alzará el telón a partir de las 12:50. Nadal prefiere el sol para disufrtar de un bote vivo de su bola y para que no se produzcan parones, porque necesita más continuidad. A Federer podrían beneficiarle las pausas para disponer de algunos respiros y por el hecho de no necesitar demasiado tiempo sobre la pista para exponer de inmediato su repertorio.