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Ha pasado un cuarto de siglo y la montaña de recuerdos de Mestalla sigue intacta. Los nervios del desplazamiento, el viaje en barco (Valencia nunca estuvo tan lejos), las prisas por entrar al estadio o las lágrimas de la vuelta. Y el penalti, claro. Con Stanko esperando turno mientras medio campo aguantaba la respiración y el otro medio soñaba. «Nunca he entendido cómo pude mandar el balón fuera», me dijo el serbio hace unos años en una entrevista. Jamás sabremos la respuesta. Ni la razón por la que el Mallorca, perdiendo, acabaría ganando.