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Era, probablemente, el mejor Mallorca de la historia, pero la diosa Fortuna, siempre caprichosa, envió la Copa a Barcelona. Toda la entidad era un perfecto engranaje que Bartolomé Beltran manejaba con estilo. Ilusionaba al mallorquinismo, inundaba la isla de ‘punts vermells’ y no fallaba al escoger a Mateu Alemany o Héctor Cúper. La plantilla era futbolísticamente buena, con jugadores más que notables. Eran, ante todo, un grupo de amigos. El buen ambiente es imprescindible para que un club modesto se instale en el éxito. Hoy, son un mito del mallorquinismo.