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Para no perder la costumbre, el Mallorca volvió a chocar con el maleficio del colista. El equipo balear cae una y otra vez en la trampa del farolillo rojo, un equipo que se presenta desahuciado, descosido por las bajas y que divisa la salvación con prismáticos, pero que acaba encontrando un resquicio para voltear su propio destino y sonrojar a su rival. Sucedió el curso pasado con el Levante -ha sucedido en veinte ocasiones durante este siglo- y ocurrió de nuevo ante un Elche que fue de menos a más, que pasó por encima de los isleños en el segundo acto y que convirtió a Rajkovic en el mejor jugador mallorquinista. Javier Aguirre encendió todas las alarmas de la prudencia en las vísperas, pero ni él ni los jugadores afrontaron el partido «como si fuera el Madrid o el Barça» como había avisado. Fue todo lo contrario.

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Un Mallorca espeso y sin ideas que no fue capaz de hallar la fórmula para desactivar la muralla ilicitana. Pudo empatar en la última acción del descuento (de hecho marcó Muriqi) pero el colegiado anuló la acción a instancias del VAR por una falta previa de Maffeo a un rival. La derrota, la primera en Son Moix en los últimos cinco meses, no tendrá efectos tangibles en la clasificación porque el colchón sigue siendo amplio, pero convendría mantener las alertas encendidas y no dejar de mirar por el retrovisor. El domingo vuelve a jugar en casa. Esta vez sin Vedat Muriqi y ante la Real Sociedad... que al menos no es el colista.