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Un volantazo inesperado ha apartado a Luis García Plaza del camino del Real Mallorca. Apenas dos días después de adentrarse por primera vez en las arenas movedizas de la clasificación y cuando parecía que el técnico tenía margen de confianza hasta el siguiente partido, desde Phoenix optaron por la decisión más fácil para destituir al entrenador récord de la entidad. A un tipo que llegó aquí hace un año y medio con la difícil misión de suplir a Vicente Moreno -curiosamente el entrenador que ha acabado siendo su verdugo- y que aliñó el ascenso de la pasada temporada con récord (82 puntos) y registros para la Historia. Su carácter extrovertido y su discurso llano y directo no ha podido sostener la pila de derrotas (seis consecutivas y diez en las doce últimas jornadas) que acumula el grupo desde Navidades y que le ha empujado a mirar el futuro con pesimismo y desde el abismo.

LGP ha ido perdiendo peso a medida que el Mallorca perdía altura en la clasificación. Deja el club con la sensación de no haber podido culminar su obra ni haber reconducido una situación que se le ha escurrido entre los dedos. Tampoco la gestión de grupo parece haber sido la ideal en las últimas semanas y no ha podido sellar las grietas aparecidas en el vestuario. En el haber del madrileño es que nunca se ha mordido la lengua ni ha optado por un discurso diplomático. Todo lo contrario. Y en muchas ocasiones ha tenido que ejercer de portavoz y se ha batido el cobre ante los micrófonos ante la ausencia de alguien con cara y ojos. Y se despedirá hoy de la afición dando la cara. Algo que parece ‘normal’, pero de lo que no todos los técnicos pueden presumir…

Por cierto, se puede cuestionar el fondo, pero las formas sí que indican una falta de tacto y un amateurismo impropio de un club profesional. Luis García se enteró de su destitución a las cinco y media de la tarde. A esa hora, todo el mundo menos él, ya sabían (sabíamos) que estaba sentenciado. Menos mal que Pablo Ortells era su amigo...