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A la propiedad hay que reconocerle tanto músculo económico como desidia. Tanto interés en inyectar dinero como pasotismo a la hora de alterar el rumbo de un equipo que comenzó a navegar a la deriva casi antes de zarpar de puerto. Porque Vicente Moreno, a través de su segundo Dani Pendín, solicitó refuerzos de nivel para sostener el peso de la categoría. Y el club miró para otro lado.

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En lugar de atender las peticiones de un cuerpo técnico que había obrado la hazaña del doble ascenso, metió en el vestuario a tipos como Trajkovski, Salibur, Lumor, Señé, Alegría, Sedlar... el enemigo estaba en casa.

Moreno ya se dio cuenta entonces que para lograr la supervivencia en Primera sería necesario algo más que un milagro. Apretó los dientes, puso en su rueda a los trece o catorce elegidos de siempre y el desgaste ha sido evidente. Quizás hubiera sido mejor hacer caso a Pendín en agosto.