Rafinha intenta frenar el avance del Cucho Hernández durante el partido de la primera vuelta, disputado en el estadio de Balaídos. | Carlos Gil-Roig

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Ganar o ganar. No hay más. Ni posibilidades ni balas. Ni siquiera el empate contra el Celta le vale este martes al Real Mallorca, arrinconado y en una situación límite. Cualquier variante agotaría las opciones de vida del cuadro balear, encallado a ocho puntos de la permanencia cuando solo faltan 18 por disputarse. Si el equipo no se revuelve esta misma tarde contra su destino no habrá nada que hacer, más allá de seguir esperando el certificado de defunción. A falta del sello oficial, todo habrá terminado (Visit Mallorca Estadi, Movistar LaLiga, 19.30 horas).

Cuando Vicente Moreno, sentado en la sala de prensa virtual de San Mamés, hablaba de partidos en los que no se podrá fallar seguramente lo hacía pensando en los del Levante, Granada u Osasuna, pero todo se ha acelerado. Tras lo que dijo el técnico valenciano, Celta y Eibar siguieron guardando puntos en la hucha y llevaron la descomposición del Mallorca hacia una nueva fase. No solo está prohibido fallar; ahora, además, tienen que hacerlo celestes y armeros. Aunque solo sea para agarrarse al asa que aparecería dentro del pozo o para alargar el suspense. Para abrochar con dignidad una temporada tan especial y tan extraña como huérfana de buenas noticias.

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Después de resolver con cuatro derrotas y un empate las cinco funciones que ha interpretado tras el confinamiento, el Mallorca ha llegado a un punto en el que debería dejar a un costado la calculadora y volcarse en buscar el calor dentro de sus propios números, al menos hasta que las cuentas vuelvan a ajustarse. Lo que más necesita el equipo es liberarse de las cadenas que le asfixian y rellenar la barra de energía antes de fantasear con otros futuros zarpazos en los bajos de la clasificación.

El problema es que las armas y recursos del Mallorca son limitados en casi todos los rincones del campo. Se protege con la defensa más porosa del campeonato —55 goles en contra, más que nadie— y sus tanques tienen el cañón obstruido: solo ha marcado dos goles, uno de falta y otro de penalti, desde que la rueda de Liga empezó a girar otra vez. Problemas muy serios que no ha solventado con la supuesta profundidad de su plantilla.

El Celta, en cambio, llega desatado. El encierro por el coronavirus le sentó especialmente bien al conjunto de Óscar García, que viene de empatar contra el Barça —tuvo una ocasión clarísima para ganar al final— y de embolsarse ocho de los últimos 12 puntos. Si da el golpe en Son Moix jugará el resto de la Liga cuesta abajo. El cuadro vigués recupera para este partido a Lucas Olaza y volverá a bailar al compás de Rafinha. Su único fin es apalabrar una salvación que ya saborea.