Castro es felicitado por su compañeros tras anotar el gol del triunfo ante el Betis. | Teresa Ayuga

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Ahora que parece que su ciclo en Son Moix se consume, Castro se ha empeñado en sacar al Mallorca del laberinto. Después de medio curso de acción, el centrocampista uruguayo lleva unos meses reivindicándose como el futbolista del grupo más letal en la orilla contraria y expone una parte de su catálogo hasta ahora desconocida. Marcado por la irregularidad de su juego desde que recaló en Son Moix en 2007, el Chori se ha descubierto como el principal aliado de Caparrós sobre la arena. Pelea y empuja. Gana y decide. Incluso la grada, que en ocasiones ha cuestionado su falta de continuidad, le observa ahora como el desatascador bermellón y reclama para él un espacio fijo en las alineaciones. Sin embargo, su etapa como bermellón tiene fecha de caducidad. El próximo 30 de junio, concretamente. Después de varias temporadas en el escaparate, el club ha sido incapaz de desbloquear su situación forzando un traspaso o una renovación y ha liberado de obstáculos el camino del centrocampista, que abandonará la Isla a final de campaña con la carta de libertad en la mochila.

El cambio de año despejó una nueva senda para Gonzalo Castro, que desde el pasado 1 de enero es totalmente libre para negociar su futuro con el club que quiera, sin exponerse a sanción alguna y sin la necesidad de ofrecer explicaciones. A lo largo de los últimos años, él tampoco ocultado que le encantaría progresar y dar el salto a uno de los grandes y eso ha propiciado que desde la entrada de 2012 su juego haya sido seguido al milímetro por sus defensores y sus críticos. A partir de entonces, el charrúa ha jugado un papel fundamental en los dos frentes en los que ha actuado el Mallorca y ha alimentado un debate que seguramente permanecerá activo hasta que haga las maletas. Porque si unos interpretan su rendimiento como una muestra de compromiso, otros se extrañan de su repentino despegue en un momento tan decisivo de su carrera.

Cifras de lujo

Con los datos en la mano, Castro es uno de los responsables de la mejoría mallorquinista. Sacó al conjunto bermellón del atolladero ante la Real Sociedad en la Copa, justo cuando nadie creía en la remontada. Primero con un magistral lanzamiento de falta y después con una pícara acción que pesará durante años sobre los hombros de Zubikarai. En la siguiente parada, Caparrós decidió reservarle en el partido de vuelta y cuando la eliminación cuajaba el Iberostar se volcó para reclamar su salida. Le aplicó una inyección al equipo, pero ya no había mucho que hacer.

En la Liga su explosión también resulta evidente. Sólo en los últimos capítulos, asistió a Ramis para que éste sentenciara en Vallecas, se exhibió en la pradera de Cornellà-El Prat y encendió la luz frente al Betis con otro libre directo magnífico. Sorprendentemente, una suerte en la que apenas había incidido durante las cuatro campañas anteriores.

Ese papel salvador de Castro funciona como una bendición para el Mallorca en el terreno deportivo, porque encarna a ese jugador desequilibrante que tanta falta le hace a la formación isleña. Sin embargo, la situación deja otra vez en evidencia a la dirección deportiva que lidera el propio Serra Ferrer, que no ha sabido gestionar el futuro de uno de los futbolistas por los que más fuerte ha apostado últimamente el club, con un desembolso cercano a los cuatro millones de euros por el 70% de sus derechos que, una vez que se confirme su salida, habrá servido de muy poco.

Hace poco más de un año el Mallorca no sólo fue incapaz de traspasarlo (Villarreal y Valencia estaban interesados en su fichaje) sino que provocó un bloqueo en el caso que a estas alturas apenas admite salidas. Porque con la posibilidad de la renovación casi extinguida, sólo queda disfrutar del brillo de su zurda hasta que se consume el éxodo.