Llorenç Serra Ferrer y Mateu Alemany se estrechan la mano para oficializar el traspaso de poderes, el pasado 28 de junio de 2010. Mañana se cumplirá un año. | Montserrat T. Diez

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El 28 de junio de 2010, el Real Mallorca comenzaba a redactar un nuevo capítulo de su historia contemporánea. Ese día, Llorenç Serra Ferrer cruzaba de nuevo el umbral de la entidad para asumir las riendas de la entidad. Rodeado por un grupo de colaboradores -con la familia Nadal como principal referencia- el pobler abrió su etapa como máximo accionista con la intención de construir un proyecto a su imagen y semejanza, aliviar al club de su delicada situación económica y recuperar Son Bibiloni para el primer equipo.

Un año después de iniciar esta travesía, del que mañana se cumple el primer aniversario, los objetivos principales se han logrado, aunque también se adivinan un puñado de reformas que realizar en el horizonte para dotar de una mayor solidez al proyecto.
Recuperar el prestigio del club en la sociedad, situarlo en el lugar que le corresponde y que la Isla vuelva a sentirse identificada con su equipo y con los valores que prácticamente siempre ha exhibido, era uno de los puntos marcados en rojo en la hoja de ruta de Serra, que se ha encontrado con más dificultades de las previstas durante estos doce meses y que ha tenido que afrontar una serie de problemas inesperados prácticamente desde su primer día.

Serra ha debido taponar hemorragias en todos los estamentos. Principalmente en los despachos. Desde la exclusión en la Europa League hasta el desgaste en la rescisión del contrato de Nando Pons, pasando por el caso del expresidente Josep Pons; los acontecimientos sucedidos en el mercado invernal o las luchas diarias con los administradores concursales.

En el apartado deportivo, un inicio de lujo derivó en un final taquicárdico, en una permanencia amarrada en el último suspiro, con el deterioro que ello conlleva, tras completar un final de campeonato decepcionante. Entre medias, un puñado de futbolistas de la cantera desfilando por el primer equipo y las exhibiciones en Mestalla o el Pizjuán ante el Sevilla de Gregorio Manzano. Las apariciones de tipos desconocidos como Kevin, Pereira o De Guzman, la consolidación de Emilio Nsue y la rebelión de Pierre Webó, que pasó de descartado a goleador, las notas más positivas de un curso plagado de altibajos que tuvo en el descenso del Mallorca B una de sus noticias más negativas.

El verano comenzó agitado. Nada más aterrizar en el cargo, Serra Ferrer heredó la exclusión del Mallorca de la Europa League que se había ganado a pulso durante la anterior campaña. Ni la movilización popular ni los mensajes directos a Michel Platini surtieron efecto y el Villarreal ocupó la plaza del conjunto mallorquinista.

Una vez cerrada esta cuestión, otro artefacto mediático explotó en los despachos y Serra Ferrer se vio obligado a apartar a Josep Pons de la presidencia. Jaume Cladera, ex conseller de Turisme del Govern Balear, ocupó el cargo como presidente institucional.
Sobre el césped, el renovado Mallorca arrancó el torneo a lo grande, con un empate ante el Madrid de Mourinho. Fue el inicio de un primer tercio de lujo. El mercado invernal supuso un punto de inflexión y el equipo comenzó a perder altura hasta llegar al límite. A jugarse la supervivencia patrimonial en la última jornada. La derrota del Deportivo mantuvo al Mallorca en la nobleza y le permitió a Serra Ferrer pasar el «peor día de mi vida». Mañana hará un año de su regreso.