Biel Mora, Pep Lliteres, Miquel Capó, Toni Contestí y Kike Mora, con las medallas.

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Una experiencia inolvidable representó para seis mallorquines participar en la pasada edición de la 'Maraton des Sables', que se llevó a cabo recientemente en el desierto del Sáhara (Marruecos). Esta prueba, considerada muy dura, consta de seis etapas, que se deben cubrir corriendo o caminando en formato de autosuficiencia.

El líder de la expedición fue Miquel Capó, quien ya había participado en otra ocasión. Junto a él corrieron Kike Mora, Biel Mora, Felipe García, Pep Lliteres y Toni Contestí. Partieron el pasado 6 de abril hacia Barcelona y de allí a Casablanca, para finalizar aterrizando en Ouarzazate el 7 de abril.

El campamento

Desde esta ciudad, los mallorquines junto con los 1.300 participantes de la maraton, fueron desplazados a unos 400 kilómetros, donde estaba el campamento base, ubicado en pleno desierto, para iniciar la primera etapa, no sin antes entrar en un supermercado y aprovisionarse de una sola comida. El portavoz, Pep Lliteres, señala que «la dureza de la prueba no es tanto el acto de correr como las dificultades que representa sobrevivir durante ocho días en el desierto. Nosotros ocupamos la jaima número 13 que, como todas, tenía una cobertura de tela sujeta con palos y alfombra para aislarnos de la arena. Nuestro equipamiento para la prueba consistía en calzado apropiado para el terreno, mixto o de montaña, teniendo que añadir unas polainas, para evitar que la arena penetre en las zapatillas. El tema del calzado resulta muy personal, –casi siempre un número más debido a la hinchazón de los pies y las posibles ampollas que van saliendo–. Luego, pantalón y camiseta técnicos, gorra sahariana con velo trasero y la mochila donde se transporta, etapa tras etapa, la comida y material técnico obligatorio».

Dicho material consiste en un extractor de veneno, brújula, antiséptico, navaja o cuchillo, silbato y manta térmica. Con relación a los alimentos, Lliteres comenta que «el mínimo exigido son 2.000 kilocalorías diarias, consistente en comida liofilizada, a la que se precisa añadir agua».

La primera etapa fue el 9 de abril para recorrer 33 kilómetros, los mismos que la segunda y tercera etapas, todas con avituallamiento. La cuarta, fue de 86 km; la quinta de 42, y la última, solidaria y sin carácter competitivo, de seis kilómetros, que finalizó en las famosas dunas de Merzouga. Los pies, dependiendo de las dunas, se pueden llegar a hundir en la arena, hasta los 20 centímetros.

Llegada la noche

Finalizada cada etapa, la organización entregaba 3,5 litros de agua por participante, los cuales se tenían que distribuir para comer, cenar y desayunar al día siguiente. Según la comida, se precisaba hervir agua, por lo que debían aplicarse en conseguir ramas secas para hacer fuego fuera de la jaima.

«Una vez llegada la noche, sin luz en el campamento, sólo con la de nuestras linternas, comíamos todos juntos y al acabar, leíamos los e-mails que nos mandaba la gente dando ánimos, pues no podíamos tener contacto con el exterior. Otra de las tareas acabada cada etapa era el cuidado de los pies, debido a las ampollas que se forman con el roce de la arena y sus altas temperaturas», explica Lliteres.

Una de las imágenes que quedarán en la retina de los mallorquines es ver la bóveda celeste con miles de estrellas en noche abierta, aunque también les acompañaron las famosas tormentas de arena. Todos llegaron bien y recogieron sus respectivas medallas acreditativas, regresando a la Isla muy satisfechos con la experiencia.