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Que el Barça es un club mediático no escapa a nadie, si además es campeón de Liga, el interés aumenta y si el entrenador es un ex futbolista crecido en la Masía, forjado en el 'Dream Team' y que viste a lo 'Reservoir Dogs' -acuérdense de los hombres de negro de la película de Tarantino- aunque ayer iba de gris, entonces el fútbol es más que un espectáculo. Ser informador en partidos como el de ayer no es fácil, sobre todo, cuando hay que ir captando imágenes, narrando acontecimientos y todo en un palmo de terreno, esquivando compañeros, saltando vallas, evitando manotazos de los guardas de seguridad y mirando de reojo a izquierda y derecha para no perderse nada.

Ayer fue uno de esos días en el que ser reportero no es fácil y mucho menos cuando uno lleva una cámara a cuestas. De entrada había pasillo, es decir, los jugadores del equipo que no ha ganado nada se sitúan sobre el césped, cinco en un lado y seis en otro aproximadamente, dejando un pasillo virtual por el que los rivales entran al campo. La idea no es ni buena ni mala, incluso a muchos puede parecerles absurda, pero lleva mucho trabajo organizarla y sobre todo, ejecutarla. Ayer el centenar de reporteros que había en el césped, tal vez más, buscaban un lugar privilegiado, pero la primera duda es si ponerse a la derecha o a la izquierda del pasillo. Acertar no es fácil. En el centro no es posible, aunque es el lugar más deseado. Con esto de los pasillos en el fútbol ocurre como en una carrera del Tour de Francia cuando se sube un alto de primera categoría, la afición también hace pasillo, pero cuando el ritmo es lento va formando un embudo, un cuello de botella, hasta el punto de que los corredores no tienen ni espacio para circular.

Ayer no llegó a tanto, pero también se formó un pequeño cuello de botella. Los más avezados reporteros se zafaron del placaje de los guardas de seguridad y se hicieron con el vértice del cuello de botella. Gran imagen. Pero ahí no acabaron los problemas. Entraba en escena Héctor Cúper. Otra vez empujones, otra vez una nueva organización, otra vez a evitar el cuello de botella y otra vez se formó ese maldito y minúsculo pasillo donde se pretende captar la imagen, el gesto, la palabra, el guiño, el desliz. Algo. Todo esto ocurría y ni tan siquiera había empezado el partido. En el banquillo del Mallorca los suplentes asistían atónitos al baile de cámaras, de gente con un peto color butano corriendo de aquí para allá. Cada uno con su historia y sus problemas. Siempre se acaba la batería en el momento menos indicado, o el cable de micrófono molesta, o no hay espacio para captar un plano mínimamente digno. Faltaba un último cuello de botella a añadir en el guión del prepartido, porque acuérdense a todo esto que el balón no estaba en juego. Guardiola salió al final, con su equipo en el campo, sabedor que pese a evitarlo, los focos se dirigirán hacia él. Así fue. Estaba rodeado en el banquillo, pero acertó a dirigir su mirada a la boca de vestuarios y ver cómo Manzano entraba al campo. El de Jaén se dirigió a saludarle y ahí está la imagen superior. Deléitense, es difícil contar el número de informadores con el peto butano haciendo publicidad gratuita de la Liga BBVA. En el margen inferior izquierdo hay uno de ellos con los brazos en alto. Hace señas a alguien, tal vez avisándole que por algún motivo, se está formando otro cuello de botella.