Gregorio Manzano, técnico del Mallorca, da instrucciones a sus jugadores, ayer en Villarreal. Foto: DOMENECH CASTELLO

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El 'efecto Alemany' todavía no ha llegado al terreno de juego. La llegada al palco del dirigente ha sacado del cajón la esperanza, pero no ha amortiguado la caída en barrena de un Mallorca despedazado. En otra función llena de contrastes, de subidas y bajadas, el grupo de Manzano volvió a estamparse contra la lona y sigue divisando a ras de suelo la huida de sus rivales. Mientras el pelotón se aleja (la salvación se encuentra ya a seis puntos), el equipo sigue apilando jornadas en blanco. Y van... (2-0)
El Villarreal hizo lo que tocaba. Consciente de sus necesidades (no celebraba un triunfo en su base de operaciones desde el 9 de noviembre) y del avanzado estado de descomposición de su invitado, el conjunto castellonense se presentó sobre la arena con el balón bajo el brazo y convirtió el periodo de tanteo en un monólogo, liviano, pero fundamental para marcar las distancias y el territorio. Los 'peloteros' de Pellegrini movían el cuero a su gusto y al de su público, mientras el Mallorca luchaba contra sí mismo para ordenarse y articular algún ataque efectivo. No era un dominio sangriento, aunque tanto Rossi como Bruno fueron un poco más allá y probaron los nervios de Aouate con sendos disparos desde la frontal que le quitaron el frío al meta israelí.

Superado ese trance, el Mallorca se fue expandiendo. Martí y Mario encontraron acomodo entre el fuego amarillo y los baleares llegaron a levantar la cabeza. El Villarreal, sin tanto gas como al principio, dejó ver sus grietas y los de Manzano estuvieron a punto de meter el dedo en alguna de ellas. Aduriz lanzó los complejos a la basura con un seco derechazo desde el filo del área y su gesto animó después a Jurado, que obligó a intervenir a Diego López. El propio Aduriz, viendo el agujero, decidió abundar en la ofensiva segundos más tarde con una vaselina que acabó en nada.

Al menos en ese momento, el encuentro estaba donde quería el Mallorca. El Villarreal no existía de cintura para arriba y se temía otro fracaso. Desafortunadamente, el susto fue pasajero.

Cuando más cómodos se sentían los rojillos, llegó la caída, esa jugada fatídica que se repite jornada a jornada, la misma que ha condenado al Mallorca a vivir entre el fango. Ibagaza ejecutaba un rutinario saque de esquina, Josemi se despistaba en la marca sobre Capdevila y el internacional cabeceaba a placer, sin esfuerzo, casi por obligación. Aouate, del que quizá se esperaba algo más, se limitó a contemplar el tanto. El equipo ya estaba forzado a desplazarse contra la corriente, pero esta vez con un impacto de bala clavado en el pecho.

El Villarreal se encontró el cielo abierto. Sin invertir más sudor del necesario, había herido de muerte al Mallorca y había dejado en el suelo el corsé, lo que le garantizaba un amplio margen de maniobra. Además, los de Manzano se sentían desorientados. Sólo así se entiende el penalti cometido por Ramis un par de escenas después. El de Sa Pobla arrolló a Cazorla por la espalda y Ramírez Domínguez, perfectamente ubicado, no lo pasó por alto. Rossi redondeó la acción con un lanzamiento impecable y avivó el fuego (2-0, minuto 32.). El Mallorca intentó reducir los daños antes de llegar al descanso y aunque estuvo a punto de conseguirlo en una excelsa combinación entre Jurado y Aduriz, se marchó al vestuario deprimido y sin nada en las manos.

Manzano pasó a su equipo por el túnel de lavado (metió a Webó en lugar de Scaloni) y éste, alentado también por la relajación de los locales, subió un par de marchas. Primero el camerunés, y después Ramis, se acercaron al gol en sendas proyecciones, pero en ambas emergió la figura de Diego López. Y aunque el Villarreal se expresaba casi siempre en su propio campo, sus contras resultaban terribles para el cuadro bermellón.

Los baleares mejoraron sensiblemente en cuanto a actitud y vaciaron el cargador sobre la portería castellonense, pero lo hicieron sin fe, cuando ya era demasiado tarde.