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El Mallorca bipolar reapareció ayer en la Liga. Los rojillos, en plena resaca de su prestigiosa victoria frente al Madrid, siguen peleados con el éxito en el campeonato doméstico y el cerco se estrecha. Los de Manzano quisieron ganarle al peor alumno de la clase sin quitar el freno de mano y pagaron un alto precio por su osadía. Se avecina una segunda vuelta de sobresaltos (2-2).

Una de los interrogantes del partido era comprobar el estado del Mallorca tras su copazo del pasado miércoles en el Bernabéu. Manzano tenía que resetear el equipo y prepararlo mentalmente para enfrentarse a una de las mayores trampas que le había preparado el calendario. De tutear al campeón de Liga a tomarle el pulso al conjunto más triste que ha desfilado por la Liga en los últimos tiempos, un rival clínicamente muerto al que sólo le queda la esperanza de una milagrosa segunda manga. Y no era fácil, como se vio en cuanto el balón se puso en marcha. A simple de vista, daba la sensación de que el Levante partía mucho más motivado y la partida de ajedrez inicial se decantó hacia su lado.

Los valencianos, con los argumentos justos y muy pocos alardes, eran los únicos propietarios de la bola y la supieron mover con cierto criterio. Al menos para meterle el miedo en el cuerpo a los baleares, que en la fase inicial jugaban a verlas venir, a no descomponerse demasiado. En síntesis, el primer tiempo se subdividió en otras dos partes y los azulgranas se impusieron claramente en una de ellas.

El esfuerzo y la voluntad de los locales proyectó un premio a los veinte minutos. Riga, quizá el único jugador desequilibrante que tiene a sus órdenes Di Biasi, se abrió camino por la banda izquierda y combinó de forma inteligente con Courtois, que encontró rápidamente a Geijo en plena área pequeña. El delantero de ascendencia suiza se quitó de encima la marca de Nunes y batió a Moyà (la gran sorpresa del once) en su media salida. El Levante creaba incertidumbre y acababa con una racha de ¡545 minutos! sin anotar un tanto (minuto 19).

El gol se tradujo en un ataque de vértigo granota que, unido al despertar de los visitantes, propició un cambio radical de escenario. Ibagaza se arremangó, se cargó el equipo a la espalda para llevarle hasta la salida del laberinto y el Mallorca empezó a emitir señales de vida. De hecho, todavía se estaba quitando las legañas cuando volvió a poner a cero los contadores. En una acción sin aparente trascendencia, el Caño alzó la vista, observó a Güiza desde la distancia y le marcó la ruta a seguir en uno de sus pases con denominación de origen. El jerezano preparó el arco sin oposición y superó a Kujovic en el mano a mano. El décimo al saco (minuto 30).

Con el empate en su poder, el Mallorca relajó todos los músculos de su cuerpo y acreditó la superioridad que denuncian los números. No era un dominio aplastante, pero si un golpe de autoridad psicológico. Pese a todo, los isleños no pudieron distanciarse. El segundo gol, si llegaba, caería de maduro. Sin forzar demasiado el motor, dosificando cada gramo de esfuerzo.

Manzano aprovechó el tiempo de descanso para hacer algunas correcciones en su discurso. Quitó a Varela para darle su sitio a Borja Valero y se mantuvo a la expectativa. El Levante dio un paso al frente a la caza de un gol que le diera impulso y aunque tuvo el arrojo necesario para acercarse a Moyà, todos sus intentos morían antes de lo esperado. Todos salvo uno, precisamente el que marcó el punto de inflexión del combate. Un viejo conocido, el africano Ettien, se zafó de Navarro y su centro en parábola recayó sobre Courtois, que se sacó un zapatazo que parecía definitivo. Pero apareció Moyà para cerrar su semana grande y ahuyentar parcialmente los fantasmas de un fracaso sonado. Era el minuto 76 y sólo uno más tarde, el Mallorca activó la silla eléctrica. Jonás estiró el campo por la izquierda, trianguló con Borja Valero y éste le regaló la autoría de la sentencia a Dani Güiza.

Todo parecía apurado y los baleares se echaron a dormir pensando en el Getafe. Y en esas llegó Àlvaro para empatar, tras una falta inexistente, y revivir la pesadilla. Dos puntos a la basura.