Nunes y Ballesteros celebran el triunfo del Mallorca ante la desesperación de Keita y Dragutinovic. Foto: JAVIER BARBANCHO

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La euforia ha vuelto a filtrarse por las paredes del vestuario mallorquinista. El golpe de autoridad que ejecutó el grupo rojillo en el Sánchez Pizjuán (1-2) ha repuesto la euforia que floreció a los primeros días de vida del proyecto y ha permitido que el equipo se alineara otra vez junto a los más cualificados de la Liga.

El Mallorca archivó en Nervión el primer tercio del campeonato y lo hizo con un balance muy positivo. Los 19 puntos que iluminan ahora mismo su cuenta corriente suponen la cantidad más elevada del último lustro, sólo superada por la que apiló Gregorio Manzano durante su primera etapa en Son Moix (temporada 2002-03). En aquella ocasión, los pupilos del andaluz cerraban la décimo tercera jornada con 23 puntos en el macuto, pero con una diferencia de goles totalmente nula. Ahora, además, los cifras cuentan con un valor añadido, ya que los isleños se han enfrentado a rivales de la estatura de Atlético de Madrid, Villarreal, Espanyol, Valencia, Real Madrid o Sevilla.

Más allá del efecto que ha provocado en la tabla, la victoria atrapada en la capital hispalense sirve también para recuperar la ilusión que enterraron los últimos tropiezos y para actualizar los objetivos de la plantilla. La primera meta que había instalado el técnico a lo largo del calendario consistía en recopilar 20 puntos antes de que la Liga doblara la esquina y le bastaría con sumar un empate en las próximas seis jornadas para conseguirlo. Con un margen tan amplio, lo más lógico sería que las perspectivas se ensancharan rápidamente y que la ambición reapareciera en el discurso de la entidad. El sueño europeo ya no se ve tan difuminado y la ristra de rivales que se aproxima carece del peso específico que tenían los que se ha ido quedando últimamente por el camino. Visto lo visto, ¿merece la pena renunciar a algo?