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Santiago Aparicio|NUEVA YORK
Rafael Nadal, la esperada alternativa a la dictadura impuesta en los tres últimos años por el suizo Roger Federer en el Abierto de Estados Unidos, claudicó ante el también español David Ferrer (6-7 (3), 6-4, 7-6 (4) y 6-2), una raqueta con menos repercusión que el balear pero infatigable en la lucha.

Fue el cuerpo a cuerpo y su infinita fe la que propiciaron un éxito glorioso para el alicantino, siempre ensombrecido por la proyección y los éxitos de su rival. Los precedentes, además, jugaban en su contra. De cinco encuentros, Nadal había ganado cuatro. Los más recientes. El último, en Barcelona este mismo año.

Pero ni siquiera la agigantada figura del balear echaron atrás la ambición de Ferrer, que escala paso a paso su posición en el ránking. Ahora es el decimoquinto jugador del mundo. Trece puestos por detrás del mallorquín.

Nadal, que terminó con molestias físicas en la mano y en las piernas pero que no dio síntomas de acusar la tendinitis que ha cuestionado su futuro en el torneo en los últimos días, comprendió desde el principio que el asunto no sería tarea fácil. Ferrer busca batalla. Parece que se toma cada punto como una cuestión personal. Asume que su tenis carece del talento y la determinación de los grandes. Pero equilibra esa carencia a base de coraje.

Si se trata de recorrer kilómetros, sufre como el que más. Y en esas encontró su premio frente a un rival desdibujado, sometido a los golpes ganadores del alicantino y excesivamente errático. Nunca estuvo a gusto sobre la pista. Y su servicio le dio la espalda. A pesar de ello sacó adelante el primer set. Y eso que no lo hizo con la determinación que acostumbra.