El valencianista Silva intenta superar a Toni Prats en una secuencia del partido. Foto: J. CARLOS CARDENAS

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Treinta y ocho minutos. Es el tiempo que aguantó en pie el Mallorca durante su incursión en Mestalla. El conjunto de Gregorio Manzano sigue deprimido y se quedará un año más sin la opción de disfrutar como toca el parón navideño. Los rojillos despidieron el 2006 con otra función decepcionante y lejos de rehabilitarse, van camino de quedarse atrapados en las arenas movedizas de la clasificación. La versión más conformista de la escuadra balear paseó sus carencias por la capital del Turia y prolongó una tradición que, lamentablemente, se repite temporada tras temporada (3-1). Manzano, obsesionado por controlar el tráfico en el centro del campo, blindó la sala de máquinas con todos los pivotes que tenía disponibles (Pereyra, Jordi López y Basinas) y buscó por todos los medios la manera de provocar un cortocircuito en las filas del valencianistas. No fue la única novedad. El jienense rescató a Varela, intercambió los papeles de Jonás y Jankovic y le entregó a Juan Arango toda la responsabilidad ofensiva. En un principio la idea funcionó y el equipo mantuvo el tipo, pero su efecto fue muy limitado y se agotó cuando el Valencia dio un golpe sobre la mesa. Concretamente cuando se cumplió la media hora de juego. El exigente público de Mestalla le dio el primer tirón de orejas a los suyos y éstos, que apreciaron el detalle, pisaron el acelerador para que la advertencia se quedara unicamente en eso. Ocho minutos más tarde ya tenían el control del partido y, por encima de todo, el del marcador. Fue después de una perfecta combinación entre los hombres de más calidad del conjunto local, que hasta ese momento habían pasado desapecibidos entre la maraña bermellona. Villa se coló por una de las grietas de la zaga, se inventó una asistencia de lujo que recogió Vicente y el internacional lanzó un proyectil envenenado a la base del poste izquierdo que dejó a a Toni Prats sin respuesta. Faltaban siete minutos para que sonara la campana que marcaría el fin del primer asalto y el castillo empezaba a derrumbarse sin que existiera la posibilidad de volver a reconstruirlo.

El Mallorca tenía un margen de maniobra enorme, pero daba la sensación de que el bofetón iba a resultar definitivo. Más que nada porque los baleares habían basado casi toda su propuesta atacante en una batería de disparos forzados desde fuera del área y en un timido e inofensivo cabezazo de Jankovic que se produjo cuando el primer tiempo agonizaba. Mientras tanto, Arango seguía el partido desde una isla desierta y la maquinaria defensiva del Valencia no sufría lo más mínimo.

El descanso no le sirvió de nada al Mallorca, que volvió al terreno de juego con los mismos complejos con los que se había ido al vestuario. Manzano, fiel a su planteamiento inicial, mantuvo estáticas sus fichas y convirtió a Santi Cañizares en un espectador privilegiado. El Valencia circulaba sobre raíles y con el viento a favor, por lo que no le hizo falta forzar su engranaje. Varela, que había vuelto al once tras pasar varias semanas desaparecido, cometió un error infantil en las narices de Vicente y el zurdo sacó petróleo entregándole el gol en bandeja de plata a David Villa (minuto 56). Ya no había vuelta atrás. El Mallorca entregaba definitivamente las armas y los locales sopesaban la idea de echarse a dormir para irse de vacaciones con el depósito lleno.

Y así lo hicieron. Quique retiró del campo a casi toda su artillería pesada (retiró del campo a Villa y Silva para que compartieran minutos con Morientes y Joaquín) y su equipo apenas lo notó. El Mallorca era ya un juguete despedazado y recurría a sus impulsos para frenar una hemorragia que ya era demasiado evidente. A cambio, Manzano decidió utilizar por fin el banquillo. Quitó a un inexistente Basinas para buscar el milagro a través de Víctor y poco despuésrepitió la operación con Tuni y Jankovic como principales protagonistas. Un movimiento válido, pero quizá demasiado tardío.