Rafael Nadal besa el trofeo que le acredita como vencedor del Gran Slam. Foto: CHARLES PLATIAU/REUTERS

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Amador Pons|PARÍS
Simplemente es el mejor. Rafael Nadal Parera firmó ayer la página más brillante de su carrera. El campeón más joven de la Copa Davis se alzó en Roland Garros con su primer título de Grand Slam. Se impuso en una lucha titánica a Mariano Puerta (6-7, 6-3, 6-1 y 7-5, en 3 horas y 24 minutos) y se convirtió en el segundo tenista balear que levanta la Copa de los Mosqueteros (Moyà, en 1998). Al menos durante las tres próximas semanas será Rafael I.

Rafael Nadal llegaba a su primera final de Roland Garros bautizado ya como el rey de la tierra batida. La cosecha de títulos que había recogido de camino a París (Costa do Sauipe, Acapulco, Masters Series de Montecarlo, Conde de Godó y Masters Series de Roma) le situaban como el claro favorito. Además en estas dos semanas en el Grand Slam francés de había deshecho con claridad de todos los rivales que se le ponían al otro lado de la red, incluído el número uno del mundo Roger Federer.

Rafael Nadal es humano. Salió a la pista Philippe Chatrier nervioso. Era el partido más importante de su carrera, pero lo inició como le gusta hacerlo: con un break. El jugador mallorquín se colocaba 15-40 en el primer juego y en su segunda oportunidad se cubrió el revés para lanzar una derecha ganadora paralela (1-0 y saque). En los siguientes juegos el marcador se movió en el equilibrio. Nadal y Puerta tuvieron oportunidades para romper el servicio de su adversario hasta que se llegó al 3-1 para el manacorí y 15-40. El argentino había perdido el último punto y paró el partido. Pidió al juez de silla que llamara al fisio para tratarle unas molestias en el muslo derecho.