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Como no podía ser de otra forma, el epílogo del 2004 en Son Moix se escribió sobre los mismos renglones torcidos de los últimos doce meses. Se cierra uno de los años más negros de la breve historia del recinto mallorquinista y con una nueva derrota que deja bien a las claras que la condición de local, cuando es el protagonista es el Mallorca, no supone ningín tipo de privilegio.

Con la afición pensando ya en las fiestas navideñas y los males del equipo cubiertos por la llegada de Okubo, el Mallorca tuvo uno de los recibimientos más fríos de la temporada porque aunque parezca complicado, el nivel de asistencia del estadio sigue recortándose. Ayer ni siquiera se completó el aforo de los fondos y el aspecto del estadio era desolador. El divorcio parece evidente y la marcha del equipo no invita precisamente a la reconciliación.

La nota exótica la volvieron a poner los omnipresentes informadores japoneses, que a la espera de asistir al estreno de su nuevo icono, Yoshito Okubo, van empapándose del club, de la Liga y del fútbol español en general. Ayer volvieron a ser mayoría y se les pudo ver circular por cualquier rincón del campo. Su despliegue mediático resulta impresionante para el aficionado local y en eso se basó el espectáculo de la tarde: en observar sus modernos equipos, en seguir su forma de trabajar... Okubo mientras tanto, seguía el partido desde el palco acompañado de su ya inseparable Moisés -el traductor que le ha sido asignado- y seguro que tomó buena nota de lo que le espera por delante como mallorquinista. El detalle no pasó desapercibido para la afición, ya que el japonés escuchó los primeros cánticos cuando aún no había cumplido sus primeras 48 horas en la Isla. Su llegada parece haber sentado de maravilla entre la masa social bermellona, que intenta agarrarse a cualquier argumento que le haga confiar en la mejoría.

Frío y descontento
A medida que transcurría el partido bajaba la temperatura ambiental y crecía el desasosiego en las tribunas, pero mientras duraba el empate predominaba también la calma. Sin embargo, todo empezó a torcerse cuando Valdo asestó la primera puñalada. La actitud de la afición varió y sólo el tiempo que restaba por delante amortiguó un vendaval de protestas. Un descontento que fue imposible de atajar cuando el ex jugador del Madrid completó su tarde perfecta con el segundo tanto. El gol se tradujo en una de las pitadas más sonoras del curso y en una tímida exhibición de pañuelos que se hizo más grande con la señalización del descanso.

Ni las vibraciones emitidas por el nipón, ni los intentos de Dimonió por despertar a la hinchada surtieron el efecto deseado. En parte, porque muchos habían optado por seguir la segunda mitad lejos del estadio y en parte, sobre todo, porque el juego del equipo no deparaba nada interesante.

Sólo el tanto de Perera alimentó la esperanza. El recuerdo de la épica victoria sobre el Numancia planeó por momentos sobre el estadio Son Moix, pero ni Osasuna es el equipo soriano ni el Mallorca está para protagonizar gestas cada quince días. El pesimismo empieza a extenderse. Al menos nos queda Okubo.