Delibasic no tuvo acierto en el remate. Foto: MONSERRAT

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El Mallorca sigue instalado en el caos. Desorganizado, sin actitud, con un brote de rabia que sólo aparece cuando la derrota se cruza en su camino, el equipo isleño firmó un duelo deplorable. Dos zarpazos de Valdo le dieron a Osasuna la primera victoria de su historia en Palma ante un contrincante de verbena. El grupo de Cúper fue un equipo desgajado que defendió mal, construyó sin criterio, se suicidó al desperdiciar más de 80 minutos de partido y que acabó con Müller de pivote, Arango de mediapunta y Luis García acostado en el carril derecho. Un desastre... En un partido infumable, con Yoshito Okubo en el palco y más cemento que nunca en Son Moix, el Mallorca ofreció un nuevo recital de despropósitos, un fútbol primitivo que ni siquiera pudo ocultar el gol de Jesús Perera en los postres. Pero los milagros no suceden todos los domingos (1-2).

La estadística crucificaba a Osasuna. Nunca había ganado en Palma. Pero el grupo de Javier Aguirre presentó un esquema desinhibido en la primera fase del partido. Propuso un juego aseado que le dio el dominio de la situación durante el tramo final del primer tiempo, una porción de apenas ocho minutos que le sirvieron para agrandar la brecha del Mallorca y cerrar el partido. Con Jorge López más ocupado en las rupturas que en la imaginación, el Mallorca perdió una buena oportunidad para acongojar por completo a Osasuna. Dejó las cosas en manos de la suerte, de algún rebote aislado, y esa escasez de argumentos hizo respirar a su rival.

Esos quince minutos de poderío navarro arrojaron chatarra sobre algunos jugadores del Mallorca. Jorge López, Pereyra, Niño y Campano recibieron la impaciencia de un público encrespado. Y eso que el Mallorca salió con ritmo en los primeros minutos. Campano irrumpió con descaro por la derecha; Arango tiró de repertorio en la izquierda y Delibasic se asomaba al balcón del peligro. Jorge López comenzó con ganas, se desabrochó el corsé que le apretaba en la banda derecha y se puso a amasar el balón con criterio. Esas buenas sensaciones desembocaron un par de saques de esquina que calentaron a la hinchada. Pero fue un espejismo, un oasis en medio del desierto de las ideas. Ni siquiera Elía tuvo que esforzarse porque las ocasiones morían a las puertas del área o en la publicidad estática.