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Fernando Fernández|ATENAS
En sus manos estaban buena parte de las opciones de la representación española en los 200 metros mariposa, pero hubo un cambio radical de guión y finalmente, María Peláez ocupó el lugar que le correspondía a Roser Vives en la semifinales. Su brillante actuación en los recientes mundiales de Barcelona era la carta de presentación de la nadadora mallorquina, que con la credencial de finalista aterrizaba en Atenas con veinte años y las maletas repletas de ilusión. Ésta se evaporó en poco más de dos minutos.

Corría la tercera manga clasificatoria y Roser comparecía en la línea de salida. Su rostro reflejaba la concentración que requiere un evento del calibre de los Juegos Olímpicos. La hora de la verdad, el momento esperado desde hacía meses llegó y Roser se lanzó al agua con todas las ganas del mundo. Pero cada brazada, cada metro que avanzaba se hacía eterno. Roser no lograba conectar con las posiciones de cabeza. Eso iba minando su moral metro a metro. En el primer punto intermedio -50 metros- era séptima (30.50), más de un segundo respecto a la australiana Petria Thomas.

La prueba avanzaba, los pocos españoles presentes se esforzaban en dar ese empujoncito a Roser, pero en los cien metros ya eran casi dos segundos los que le distanciaban de la cima y dos décimas de la sexta. Quedaba todavía un amplio margen para rectificar. Pero no fue así, el último paso previo a la llegada (1:38.48) no invitaba al optimismo. Roser fue de más a menos. Empezó con 30.50, pasó a 33.71 y de ahí a 34.27. La cosa fue a más en los últimos cincuenta metros (34.54). No era su día y finalizaba la manga con un discreto registro de 2:13.02, lejos de los 2:10.37 que le sirvieron para ganarse el pasaporte olímpico.