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Mancillado por un puñado de malos resultados, por un inicio de campeonato esperpéntico, el Mallorca arrastró un déficit alarmante hasta que visitó Bilbao. Fue allí, en San Mamés, en un balón que moría por la línea de fondo y que rescató Alvaro Novo, donde despegó un equipo que está muy cerca del cielo. Sin Etoo, con Robles y con muchas dudas, pero ante un Athletic de inocencia sobresaliente y que, sin saberlo, abrió el proceso de regeneración balear. Pero fue algo más tarde, y coincidiendo con la expulsión de Niño ante el Espanyol, cuando emergió el verdadero Mallorca, ese que ahora irradia felicidad.

Manzano adivinó que Olaizola era el tipo ideal para jugar con Nadal, y que con Ibagaza por detrás de Etoo y Pandiani tenía suficiente. Prescindió de un hombre en el círculo central y le dio la manija a Lozano, que se creció. El resultado es evidente. La trayectoria de Leo Franco es inmaculada desde que llegó de Mérida para jugar en el filial, pero esta temporada se ha convertido en uno de los mejores porteros del continente. Ha sido una de las bases sobre las que se ha sustentado el proyecto mallorquinista; ágil, sobrio en el juego aéreo y modélico en actitud, Leo Franco es actualmente uno de los principales activos que tiene Manzano.

Marginado por Bielsa, la Liga le reconoce como uno de los futbolistas más determinantes en su puesto. La actuación del argentino ha rescatado al Mallorca de muchas emboscadas, como la de Copa del Rey ante el Hércules. Aseguraba Manzano en una reciente entrevista que siempre confió en la pareja de laterales Cortés-Poli, pese a que su currículum más reciente señalaba que acababan de descender a Segunda División B con el Extremadura. Si algo ha identificado a los jóvenes zagueros ha sido su constancia, su entrega, su fe en la causa.