Nadal disputa un balón ante varios jugadores del Málaga en el encuentro de ayer. Foto: EFE

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El Real Mallorca sumó un punto de oxígeno en su lucha por la permanencia. Un punto positivo, bueno, bonito y barato cuyo valor se dobla ya que sus más inmediatos rivales, a excepción del Rayo, perdieron en sus respectivos encuentros.

El choque de ayer en La Rosaleda estará siempre marcado por la sospecha, por el supuesto arreglo y por mucho que los profesionales se indignen ante estas suspicacias, visto lo visto, ayer se enfrentaron dos equipos hermanados y uno de ellos, el equipo de Peiró, parecía no desear el mal al contrario. El Málaga fue abucheado por su público y los jugadores tuvieron que escuchar al final del encuentro gritos de «tongo, tongo». Los jugadores bermellones carecieron de puntería ante la meta rival y también de ambición, de esa ambición que se transmite habitualmente desde el banquillo, pero este año no hay ambición en el área técnica, sólo hay conservadurismo. Se arriesgó lo mínimo, se especuló mucho y al final casi se perdió.

Partiendo de la base de que ambos equipos supuestamente buscaban la victoria, fue el Mallorca quien empezó a exigir el protagonismo principal. Jugaba más y mejor que el Málaga, estaba metido de lleno en el partido y el conjunto de Peiró se limitaba a defender las embestidas del once rojillo. Se hacía todo bien, mejor dicho, casi todo, sólo faltaba lo más importante: la definición. Con un Luque motivado y buscando línea de fondo el Mallorca intentaba llegar con criterio pero los remates del delantero catalán, de Etoo y de Ibagaza, se desperdigaron por las inmediaciones de la madera de Contreras. El primer cuarto de hora se escribe en rojo y negro pero después el guión empezó a cambiar de forma peligrosa pero sin llegar tampoco a límites agobiantes. Sin embargo, la actuación de Leo Franco en los minutos 16 y 28 fue determinante. El italoargentino debe y tiene que mejorar en las salidas pero hoy por hoy tiene unos reflejos enormes, fuera de lo común, y quedó bien demostrado en dos disparos, uno de Zárate y en el posterior remate de córner en el que metió una mano mágica para desviar de nuevo la bola fuera del campo.

Esto ocurría poco antes de la media hora de partido y ahí se acabó el choque. Ni Málaga ni Mallorca volvieron a inquietar y el centrocampismo hizo un insultante acto de presencia. La grada empezó a mosquearse. Nadie quería creer en un amaño y si los profesionales insisten en que no existió tal acuerdo, hay que pensar en que el fútbol es un gran espectáculo que hacen malo los propios jugadores sobre el terreno de juego. Sin más historia que la sospecha de que existía un pacto entre caballeros acabó una primera parte que tuvo un inicio interesante pero que acabó entre bostezos y tedio.