Un mechón de pelo de hace casi 3.000 años bastó para lograr la primera evidencia directa del uso en Europa de drogas. El cabello era parte de un ritual funerario y fue escondido en la cueva de Es Càrritx. | ASOME - Universitat Autònoma de Barcelona

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Un mechón de pelo de hace casi 3.000 años ha bastado para lograr la primera evidencia directa del uso en Europa de drogas. El cabello era parte de un ritual funerario y fue escondido en la cueva de Es Càrritx (Menorca) en una época en la que la sociedad de la Edad de Bronce estaba cambiando.

Atropina, escopolamina y efedrina procedentes de plantas son las sustancias alucinógenas que un grupo de investigadores españoles y chilenos detectaron en ese mechón. El estudio, encabezado por Elisa Guerra de la Universidad de Valladolid y que publica Scientific Reports, apunta que esas drogas podrían haberse utilizado como parte de ceremonias rituales.

Descubierta en 1995, Es Càrritx (oeste de Menorca) albergó una cámara usada como espacio funerario en la que se encontraron pequeños recipientes cilíndricos de madera con cabellos datados hace unos 2.900 años. La investigación plantea la evidencia directa más antigua de consumo de drogas en Europa, en la Edad de Bronce tardía, explica una de las firmante del estudio Cristina Rihuete, de la Universidad Autónoma de Barcelona.

En Europa había indicios indirectos como la detección de alcaloides del opio en recipientes o restos de plantas narcóticas en contextos rituales. La evidencia directa más antigua en el mundo es de unos 3.000 años en Chile. El estudio usó solo un mechón de los disponibles, algunos de hasta 13 centímetros. Encontrar pelo conservado de esa época en el Mediterráneo occidental es «absolutamente extraordinario», destaca.

Un análisis con cromatografía líquida de ultra alta resolución y espectroscopia de masas detectó la presencia de atropina, escopolamina y efedrina, alcaloides que se quedan fijados en el pelo, y que pueden responder al consumo de plantas como la mandrágora, el beleño o el estramonio, apunta la investigadora. La atropina y la escopolamina se encuentran de forma natural en la familia de las solanáceas y pueden provocar delirios y alucinaciones; la efedrina es un estimulante derivado de ciertas especies de arbustos y pinos. El equipo no cree que estas sustancias se usaran para aliviar el dolor, aunque «hay una línea muy fina sobre hasta qué punto algo es para uso medicinal, mágico o adivinatorio», destaca Rihuete. La presencia de escopolamina y atropina juntas son sustancias que inducen sedación, pero su manipulación es muy arriesgada, debido a su alta toxicidad, lo que lleva, indica Rihuete, a pensar más en el consumo de alucinógenos que en fines terapéuticos. El crecimiento del cabello va dejando un registro de ciertas sustancias y «la sorpresa es que se pudo demostrar que el consumo se produjo durante al menos un año», pero no hay indicios de cómo se tomaba.

La cueva de Es Cárritx cuenta también la historia de los pobladores en el Edad de Bronce tardía en Menorca, sociedades, «muy interesantes», dénsamente pobladas, que supieron vivir pacíficamente y en las que el pastoreo tenía un peso importante, relata la investigadora. En una de sus cámaras se celebraba un ritual funerario en el que se teñían de rojo los cabellos, se peinaban y se cortaban mechones para ponerlos en tubos cilíndricos de madera con tapa. Investigaciones previas sugieren que se enterraron a unos 210 individuos, pero solo algunos fueron sometidos a aquella práctica. «Es probable -estima- que fueran ciertas personas de la cronología final de la necrópolis que quizás tenían esos atributos de adivinación chamánicos a los que se vincula la ingesta de drogas». Seis de aquellos tubos se escondieron en una fosa excavada y sellada en una zona recóndita de la cueva -lo que ayudó a la conservación del cabello- junto a recipientes de cuerno, espátulas, vasijas y un peine de madera y algunos objetos de bronce. Unas piezas que, junto a otros materiales de la cueva se han empezado a exponer en el Museo Municipal Can Saura de Ciutadella (Menorca), apunta la investigadora.

La cajita -como las llama Rihuete- elegida para el examen está formada por tres tubos de madera de olivo, hecha con la base del tronco de árbol, a la que añadieron una tapadera que, «para, conseguir que encajara, es una obra de ebanistería extraordinaria, teniendo en cuenta las herramientas de la época». La investigadora llama la atención sobre las tapaderas, decoradas con círculos concéntricos, ya vistos en otras culturas, que pueden tener una interpretación relacionada con las drogas. Estos dibujos se han interpretado «muchas veces como un símbolo de dilatación de las pupilas vinculada con la ingesta de sustancias que permiten abrir el ojo, abrir el conocimiento interior», señala. Crear un escondite para dejar artículos relacionados con aquel ritual funerario pudo ser una forma de preservar las antiguas tradiciones ante los cambios culturales que se dieron hace unos 2.800 años. En aquella época, dice Rihuete, había un mundo que se acababa, se pararon los enterramientos en la cueva y «cesa el énfasis en los cementerios y los rituales de siglos para dar más importancia a la vida civil. Es un cambio brutal de la muerte a la vida».